miércoles, 26 de marzo de 2014

Last tango

Son cosas que no suelen pasar más que en las películas.
Sin embargo, siempre hay un último tango. Incluso un bolero. El problema es que la mayoría no tiene la menor idea de cuál va a ser el último.
Solo lo saben los que tienen todo calculado en la vida. Esos que no hacen nada sin haberlo premeditado antes. Los que calculan, con meses de antelación, cuándo van a hacer algo por última vez.

Esas personas existen. Con el corazón tan frío como el de una gárgola, desde luego, pero existen.
Recuerdo que yo compraba sus reproducciones en miniatura. Bernardo, el carismático líder del Club de Actividades Culturales Hispano Francesas, siempre las recomendaba. Eran mucho más baratas que los diamantes que se traía él a Madrid y no dejaban de ser un regalo original y característico de la ciudad del Sena.
Nunca me paré a pensar que las gárgolas pudieran tener corazón. Pero lo tienen. De piedra, claro.

Me contaba un amigo que en sus peores pesadillas las gárgolas siempre cobraban vida. Al principio parecía que era un efecto visual, causado por las sombras de la noche. Luego, cuando el sueño de mi amigo empezaba a recobrar la calma, resultaba que no era un espejismo nocturno, fruto de una imaginación atemorizada por la misteriosa oscuridad. Era real: las gárgolas sonreían diabólicamente y sus malignos ojos centelleaban con el reflejo de una luna que asomaba, de improviso, entre densas nubes que presagiaban una tormenta que nunca acababa de estallar...

Hay gárgolas que deciden, de antemano, cuál va ser el último tango de alguien. A estas gárgolas les viene bien que el tango tenga ritmo de canción napolitana y voz de Pavarotti o, en su defecto, música de Leonard Cohen. Tampoco importa lo más mínimo que Los Panchos toquen y canten algo como "La hiedra", por poner un ejemplo cualquiera, al azar. Son muy capaces de proporcionar ellas mismas el aparato emisor de música (mejor si funciona, también, con pilas, para evitar el riesgo de un corte en la electricidad - infrecuente - o una, más probable, bajada de tensión). Todo lo tienen previsto.

En cualquier caso, lo de menos es que el tango sea en París, en Londres, en Venecia o en Berlín. Lo importante es que sea el último. Incluso podría ser en Ávila o en Alcalá... y si es en los dos sitios, aún mejor. Siempre que estemos hablando de un baile postrero y programado, claro está. Un baile en el que cuervos y gárgolas se convierten en aliados nocturnos y alevosos para premeditar su golpe y asestarlo con meticulosidad y precisión, en el instante exacto.

Sí, es cierto y a nadie se le oculta que la antinatural alianza de córvidos y gárgolas no tiene futuro... que acaban enfrentándose entre ellos por estos o aquellos despojos. Suele pasar entre los depredadores. Y cuando uno de ellos es carroñero, más aún. Así es la ley de la selva.
Lo que ocurre es que todo eso sucede cuando el eco de las notas del último tango llevan mucho tiempo flotando en el olvido.

Porque, además, las gárgolas son muy olvidadizas.

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