miércoles, 5 de marzo de 2014

Cenizas carnavalescas

No siempre termina el Carnaval el miércoles de Ceniza.
Hay que tener en cuenta que hay muchos carnavales por ahí sueltos. Los festejos populares que suelen celebrarse en febrero en tantos lugares del mundo no son más que un pequeño exponente de la inmemorial afición humana por el travestismo.

Los disfraces están a la orden del día. No hemos de olvidar que, pese a la veracidad del refrán tradicional, una buena parte de la sociedad sigue creyendo, en la práctica, que el hábito sí hace al monje. De no ser así, serían difíciles de aceptar muchas de las formas de vestir que adoptamos la mayoría y que, sin duda, tienen por objetivo principal comunicar a los demás quiénes somos, cómo actuamos y qué es lo que pueden esperar de nosotros. Son lo que podríamos llamar uniformes voluntarios y valen para todos los grupos y clases sociales o profesionales.

Algunos disfraces son muy sencillos y resultan eficacísimos para transmitir mensajes sin palabras sobre nuestra condición e, incluso, acerca de nuestra manera de pensar, ya sea esta auténtica o suplantada.
También hay, desde luego, personas que se disfrazan de algo para convencerse a ellas mismas, lo que suele funcionar muy bien durante el día, pero pierde su poder por la noche, cuando, el pierrot o colombina de turno se ponen el pijama y se ven obligados a enfrentarse en solitario al techo de su habitación, en el que suele dibujarse una misteriosa sonrisa burlona entre las sombras.
Pero no pasa nada, a la mañana siguiente se vuelve a vestir la giubba y listo.

La verdad es que eso que tan bien nos expresa Leoncavallo con su música va mucho más allá del disfraz externo. También está muy extendida la costumbre de esconder los sentimientos tras una casaca risueña y una mueca en el corazón. Con la ventaja añadida de que, al contrario de lo que les sucede, por ejemplo, a las reinas de los carnavales tinerfeños, no es necesario soportar el peso de un complicadísimo y elaborado vestido, tan difícil de manejar con gracia en el escenario. Basta con una falda recta (diez centímetros por encima de la rodilla, eso sí) y una chaqueta discreta y elegante con reminiscencias de Armani.

Lo de fuera es solo un complemento, ya que el verdadero disfraz va por dentro, como la procesión en el célebre dicho.
Suelen ser largos estos carnavales, algunos llegan a durar casi veinte años. Y en la cuaresma que comienza a continuación solo tienen que ayunar espiritualmente los que no se disfrazaron, carentes de la bula que autogestionaron oportunamente los protagonistas de la chirigota.

Los días más propicios para finalizar estos carnavales del alma son los primeros de septiembre ya que, superada la jornada intensiva y la temporada estival, es más sencillo y apropiado protegerse bajo la mantilla de encaje, tejida con sutil delicadeza durante las recientes vacaciones.
A continuación, se esparcen las cenizas del cadáver sobre la conciencia para que, con la oportuna ayuda de la brisa marina, queden definitivamente disueltas sobre las olas en unos cuantos fines de semana.

De esta manera, las incómodas cenizas carnavalescas desaparecen de la memoria para siempre, dejando paso franco a la virtud del cuerpo y a la pureza del espíritu.

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