martes, 3 de diciembre de 2013

Piensa bien y acertarás

No es lo mismo ser un malpensado que utilizar mal el cerebro en una de sus principales funciones, la de pensar.

Y, sin embargo, muchas veces (y no siempre por falta de práctica o entrenamiento) cometemos gravísimos errores a la hora de poner en marcha el mecanismo voluntario del pensamiento.
Claro está que hay personas a quienes no les gusta pensar (como a Escarlata O'Hara por las noches) y también hay otras más capacitadas para ejecutar que para deliberar.

Los publicitarios, por ejemplo, suelen decir que lo importante para juzgar la creatividad de un anuncio es la idea y no su ejecución. No es del todo cierto, ya que pocas buenas ideas mal expresadas han pasado a la historia de la publicidad, aunque es indiscutible que una cuidada ejecución queda vacía si no está dando vida a una buena idea.
Todo esto nos llevaría a un largo debate sobre la eficacia de la comunicación, que no deja de ser la esencia de esta actividad profesional (y no me refiero a la eficacia tal como hoy parece que la entendemos, sino a la buena transmisión de los mensajes), pero como no es este el tema que nos ocupa, lo dejaremos a un lado para seguir hablando del pensamiento.

Es muy frecuente juzgar mal a las personas. Y la mayoría de las veces se hace mal por no utilizar una línea simple de pensamiento.
Hay quien se empeña en complicar su análisis con detalles secundarios, parciales o circunstanciales que empañan hechos conocidos y consistentes, consolidados a través del tiempo.

No hay mejor forma de juzgar el comportamiento de una persona con respecto a nosotros que valorar, sin complicaciones, la actitud que ha mantenido durante los años. Me estoy refiriendo, desde luego, a personas que conocemos y con las que hemos tenido relación frecuente durante periodos considerables, no a contactos esporádicos o carentes de perspectiva temporal.
Esto podría parecer una perogrullada, pero no es infrecuente que se juzgue a otro por un error cometido o por la circunstancia de una incidencia vital, en vez de otorgarle el crédito merecido tras una larga experiencia.

A veces, se juzga a los buenos como malos (y viceversa) por dar prioridad a una situación concreta sobre lo demostrado con creces. Eso es hacer un mal uso del pensamiento, pensar mal... equivocadamente.
Y no hay que olvidar que, por encima de intereses efímeros, nosotros seremos los primeros beneficiados de haber pensado de forma correcta. Aquí, los errores se acaban pagando siempre.
Si nos ha sucedido (nadie está libre de cometer fallos) lo mejor que podemos hacer es rectificar, dejando el amor propio y el orgullo bien aparcados para una mejor ocasión, en la que no estén en juego cosas tan valiosas como nuestra propia felicidad y nuestro futuro.

Pensemos bien. No es tan difícil. Que una cosa es ser malpensados y otra, muy distinta, ser malos pensadores.

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