martes, 10 de diciembre de 2013

Next stop: Hopeless Point

Siempre se había hecho llamar Ex. Tal vez fuera porque el nombre de Esperanza sonaba pasado de moda (o, al menos, así lo pensaba).
Ex había sido una chica moderna, adelantada a su tiempo. Pero ya hacía mucho de eso, claro. Ahora ese tiempo que antes parecía lento, casi inmóvil, había corrido más que ella.

La vida prometía un buen futuro en sus primeros años de juventud. Un futuro lleno de reivindicaciones cumplidas, en el que la justicia social se mezclaba con la felicidad personal y el éxito profesional... una combinación difícil, como ya aprendimos leyendo a Boris Pasternak.

Ya estaba lejano aquel viaje a Montecarlo con su mejor amiga. Y las fotos en las que aparecía sonriente en la terraza del hotel Hermitage. La verdad es que desde que su amiga había viajado un par de veces a León y, luego, tuvo aquella fractura de tobillo en Normandía, la relación entre ambas ya nunca había vuelto a ser como antes.

Ahora, cuarenta años después, y sin saber muy bien cómo había acabado allí, Ex vivía en un suburbio de Londres, a una enorme distancia de sus sueños juveniles. Hacía mucho, eso sí, que las mujeres españolas iban a trabajar en pantalones a las oficinas, pero los ideales personales (y algunos de los colectivos) ya no eran lo que fueron a principio de los años setenta, cuando aún había un régimen decadente y trasnochado contra el que esforzarse en la lucha.

Casi todo se había ido quedando por el camino. Primero se quedó él, justo cuando parecía imposible. Después, se quedó el trabajo. Por último, se quedaron las ilusiones de luchar por un mundo mejor.
Nunca se casó. Nunca tuvo hijos. Sus queridos y sucesivos perritos también se habían quedado por el camino, era inevitable. El dinero y la holgada situación económica que parece ser una de las compensaciones materiales de quienes no tienen una familia a la que sacar adelante, tampoco habían respondido a lo que hubiese sido de esperar.
Y la suerte no había sido su compañera a la hora de buscar relaciones que profundizasen en los sentimientos. Por el contrario, las emociones alternativas siempre habían estado a flor de piel.

El caso es que aquella tarde estaba allí, sentada en un vagón del viejo tren de cercanías que la llevaba de vuelta a casa, tras otro día perdido en el centro. Una lluvia gris y persistente golpeaba con indiferencia la ventanilla por la que se veían, sin mucha claridad, entre los reflejos de agua y las luces vespertinas, edificios y calles que parecían todos iguales.
Hacía un buen rato que Ex había perdido la noción del tiempo. Mientras tanto, cuatro fotografías en las que ya iba languideciendo el color, ampliadas y enmarcadas, dormían un sueño dulce en el cajón inferior de un viejo armario de nogal, muy lejos de allí. Pero ella no lo sabía. Es posible que ni siquiera recordase la existencia de aquellas fotos... aunque aún conservaba unas pequeñas acuarelas, de las que nunca había querido deshacerse.

¿Por qué habría consentido su padre que la pusieran Esperanza? ¡El nombre de una virgen! ¿Es que no le habían servido de nada sus convicciones republicanas ni su paso por la cárcel en la posguerra?
Pero Ex le perdonaba todo a su padre. Hasta lo del nombre.

Sumida en sus pensamientos, Ex no oyó la enlatada voz que decía: "Next stop, Hopeless Point".
Por eso cuando, apenas un minuto más tarde, el tren se detuvo en su estación de destino, Ex permaneció sentada en su asiento, con la mirada perdida en un pasado casi imperceptible entre la lluvia, la noche... y la desesperanza.

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