sábado, 14 de diciembre de 2013

Sin pies ni cabeza

Ya lo decía mi madre: hay cosas que no tienen ni pies ni cabeza.
Esta afirmación, que es indiscutible, no implica que dichas cosas sean malas. Hay muchas que carecen de pies y cabeza por su propia naturaleza y no lo son en absoluto, como, por ejemplo, un balón de fútbol que, si tuviera unos u otra, sería mucho menos operativo que en su formato convencional.

Sin embargo, cuando esta expresión se aplica al comportamiento de una persona (en sentido figurado, claro está), el problema sí puede ser preocupante.
Ya el hecho de "no tener cabeza", es decir, de obrar sin reflexión ni buen juicio, es causa segura de un resultado desastroso o, al menos, poco afortunado (si es que aceptamos el concepto fortuna cuando la dependencia del azar es tan solo relativa). Pero si a la falta de raciocinio le añadimos el no tener los pies bien asentados en la tierra, la catástrofe está garantizada.

Y aunque esta forma de actuar pudiera (al menos, en teoría) parecer infrecuente, no lo es en absoluto. Es más, la conjunción de ambas ausencias (pies y cabeza) suele ser habitual en la conducta humana.
Ni siquiera es necesario remedar a Antoñita la fantástica para obrar con incongruencia supina, no. También lo hacen muchas personas sensatas en su vida habitual y profesional que, en un momento dado, dejan en barbecho su actividad cerebral organizada (a veces por demasiado tiempo) y se lanzan al disparate continuo.
Cuando esto pasa, los pies suelen ser los que nos devuelven a la realidad, si es que los tenemos sobre el suelo y no volando por nubes tan volátiles como inconsistentes.

Ya sé que habrá quien me lea y se considere destino final de mis palabras por tener un espíritu proclive a dejar volar su imaginación, pero se equivoca. No hablo aquí de soñadores románticos e impenitentes. Esos merecen mi máximo respeto, comprensión y solidaridad. Los soñadores son personas que no hacen daño a nadie. Los otros sí.
Y eso que no son gente mala, necesariamente. Son, más bien, gente normal que, en un instante de su vida, reniegan de todo lo bueno que tienen para abrazar no ya una quimera aspiracional (que eso es positivo), sino un contrasentido demostrado, falaz y recurrente que solo puede conducir a un sonado y triste fracaso.
Como digo, para poder consumar el error hasta sus más infaustas consecuencias, es imprescindible que la visión de la realidad del descabezado esté, transitoria o permanentemente, afectada por una miopía aguda y galopante. Si esta disfunción se convierte en crónica, estamos ante un asunto muy grave, capaz de producir daños irreparables o, en el mejor de los casos, de muy difícil cura.

Total, que quienes no tienen ni pies ni cabeza se ven obligados a utilizar otras partes de su cuerpo para pensar y hasta para moverse por la vida.
Algunos piensan con el estómago... y, también, se desplazan de un lado a otro con él, impulsados por la ancestral energía motora de este órgano tan socorrido y exigente, que nunca desfallece en sus demandas.
Incluso hay personas que utilizan otros complejos funcionales corporales, aún más desaconsejados, como sucedáneos del cerebro, del que siempre recordaré, por cierto, que Woody Allen decía que era su segundo órgano favorito.

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