lunes, 3 de octubre de 2016

La cena de Júpiter

Júpiter llegó a pensar, años más tarde, que había sido un error organizar aquella cena (los dioses también se equivocan), porque reunir en una mesa a Venus, Neptuno, Plutón y Mercurio solo podía terminar mal. 
Cuando llegó Plutón, en su carro tirado por cuatro caballos negros, ya se presagiaba tempestad, aunque es cierto que los otros caballos (los marinos de Neptuno y el Pegaso de Mercurio) desviaron un poco la atención por unos momentos, tiempo suficiente para que nadie reparase en la espada que escondía Venus tras su leve túnica.
También fue notorio el extraño gorro frigio que portaba Neptuno (del que hubo quien dijo que era una barretina), así como la bandurria de Mercurio, de todo punto inesperada por Venus.

La cena transcurrió sin incidentes dignos de mención, pero en el ambiente se mascaba (aparte de unos deliciosos platos filipinos, elaborados sobre una oscura plancha de nubes que colgaba del cielo) una sensación de tragedia.
Neptuno, Plutón y Mercurio siempre desaprobaron a Venus, pese a la aparente y silenciosa neutralidad marina del primero y las interminables gestiones mercantiles del heredero de Hermes, en favor de la desconfiada (y, a la vez, poco fiable) diosa.

El hecho de haber elegido la isla de Kos fue, también, objeto de controversia, si bien parece que era una medida de prudencia, por ser la patria chica de Hipócrates.
En cualquier caso, desde la distancia, se percibía con claridad que la negra mesa de la terrible tormenta contenida en la que tenía lugar esta primera (y última) cena colectiva se sustentaba sobre el horizonte con unas brillantes patas de fuego que, desde luego, nada benigno auguraban.

–Sulú, Sulú –dijeron tres de los dioses tras el banquete, recordando a Vulcano (quien por entonces fingía desconocer la constante infidelidad de su nada casta esposa), Baco y Febo, respectivamente.
Pero nadie respondió, ya que cada uno de los invocados estaba dedicado a preparar lo que, a través de los siglos venideros, iría derramando sobre cada uno de los presentes.
Júpiter apreció que, en ese momento y solo por un instante, surgió un destello rojo del fondo de los ojos de Venus. 

Es curioso observar la frecuencia con la que los dioses acaban comportándose como si fueran hombres. Y también un poco triste, porque eso nos demuestra lo difícil que le resulta a un simple ser humano (carente de las teóricas virtudes divinas que adornan a los dioses) evitar caer en todo tipo de debilidades y tentaciones. ¿Por qué llevó Venus una espada a aquella cena? ¿No hubiese sido más apropiada una concha marina? Júpiter debió conocer la respuesta, pero no quiso revelarla.

Pocas veces cenó Júpiter con Venus. Algunas, sí, pero no fueron muchas. Y aún más sorprendente resulta saber que tampoco lo hiciera con los otros tres dioses. Raro, sin duda, en una relación que, como corresponde a los dioses, había sido eterna (si utilizamos aquí el pasado es por nuestra particular convicción de que todo es relativo, incluso la eternidad).

Venus, claro está, acabó sacando la espada (la leve túnica dejó de utilizarla, por motivos prácticos, mucho antes) y, pese a no conseguir la destrucción de los cuatro dioses que estuvieron con ella en la cena de Kos, hizo todo el daño que pudo. 
El caso es que ella (como diría el bueno de Numeriano Galán en 'La señorita de Trévelez'), salía muy mal parada, ya que entre el bruto de Vulcano y los contumaces rayos de Júpiter (sin contar con otros instrumentos verdaderamente letales, como la barretina, el carro tirado por los cuatro corceles negros o la bandurria), tuvo que soportar severos revolcones correctivos públicos, poco edificantes para una diosa de su escultural y renombrada fama.

La moraleja de todo ello (aparte de la de Alcobendas, que también) es que, aceptando el histórico (o legendario) "París bien vale una misa", no se puede decir otro tanto de las cenas. En especial, de aquellas que duran décadas, porque las digestiones (cuando hay una grande bouffe por medio) acaban siendo muy, pero que muy pesadas. Aunque lleves una espada al cinto bajo la leve túnica.

No hay comentarios: