lunes, 24 de octubre de 2016

Era de noche y, sin embargo...

No, no llovía. Pero iba a pasar la noche con ella y eso era inusual. Tan inusual que, en realidad, no había sucedido nunca.

Sería en la casa del poeta. Martín había visitado el domicilio de Juan Ramón Jiménez en varias ocasiones, pero nunca había pasado una noche allí. Esa vez iba a ser la primera.
Hoy, tantos años después, ahora que Martín y María ya han muerto y no pueden confirmar ni desmentir este relato, somos libres de contar lo poco que se sabe de cuanto sucedió.

Fue Fonseca quien lo arregló todo. Tuvo que hacerlo él porque Martín y María andaban despistados, pensando en otras cosas... confundidos.
La casa y la calle del viejo poeta era el mejor sitio, de eso no había duda. Pese a que María, que nunca había temido nada y estaba acostumbrada a saltar por encima de todas las barreras que encontraba a su paso, tenía miedo. Tenía miedo de que saliese mal.
Por el contrario, Martín no albergaba duda alguna. Hubo quien le dijo que los sueños se olvidaban, pero él no lo creyó.

*          *          *

Fue una noche de abril, al día siguiente de la cena, en el jardín de Juan Ramón. Las rosas aún no habían florecido, pero una se abrió antes de tiempo... y murió sin llegar a ver la luz del día. La hiedra trepaba por los troncos de los árboles y la hierba olía intensamente a rocío, incluso por la tarde. El miedo de María desapareció pronto y Martín creyó que esa noche iba a durar una eternidad. Se equivocaba. Ni siquiera duró lo que les quedaba de vida.

Por la mañana se despertaron pronto y sobre una mesa encontraron unos versos, escritos a mano y firmados por el poeta, que decían:

El dormir es como un puente
que va del hoy al mañana.
Por debajo, como un sueño,
pasa el agua, pasa el alma.

Martín no lo sabía entonces pero por debajo, como un sueño, había pasado el alma. Para María solo pasó el agua. 
Fonseca (que es el único que nos puede contar, con algo de certeza, lo que ocurrió) dijo que Martín soñó aquella noche con un puente y que vio una sombra, muy parecida a él mismo, pasando lentamente por debajo, como si fuese montada en una barca que se deslizaba por un río de niebla.
María no soñó, pensó (al menos, eso afirmó Fonseca).

Trece años después alguien aseguró haber visto el cadáver de Martín flotando en las aguas del río Adaja, pero nunca se encontró y solo quedó ese solitario testimonio, manifestado en una tarde de agosto. Hasta el mes siguiente no se confirmó el óbito. Fonseca cree que fue en Alcalá... o en el camino de Alcalá, aunque la certificación se produjo en Madrid.

Todo queda ya muy confuso y hay que recurrir a las memorias de Juan Ramón Jiménez para tener alguna referencia de aquella lejana noche, que ya duerme, como el puente, sobre lo que va del hoy al mañana. En este caso, deberíamos decir, con mayor propiedad, que va del ayer al olvido, que es donde se encuentra ahora.

¿Qué ocurriría en esa noche bajo el repostero amarillo y negro de la casa de Juan Ramón?
Fonseca lo sabe, desde luego, pero no quiere entrar en detalles. ¿Por qué, si ninguno de los protagonistas se encuentra ya en este mundo? Él dice que de lo que pasa en la noche no se debe hablar cuando sale el sol. 
Puede que tenga razón. Y también es posible que no ocurriese nada. O sí, ¿quién sabe? La única verdad que nos queda es la de los versos de Juan Ramón:

Por debajo, como un sueño,
pasa el agua, pasa el alma.

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