jueves, 4 de febrero de 2016

Traumáticas victorias

Muchas victorias son traumáticas. Hoy en día, estamos tan acostumbrados a la práctica o la contemplación deportiva que tendemos a identificar victoria o derrota tan solo con acontecimientos del ámbito del deporte. Pero es obvio, aunque frecuentemente olvidado, que esta visión es parcial en grado sumo, ya que los triunfos y los fracasos se suceden a diario en todos los aspectos de la vida.

Cuando la lucha es real y no un juego, es difícil que algún contendiente salga ileso. La opinión más generalizada sustenta que el objetivo de una contienda es obtener la victoria, y esta opinión, pese a ser mayoritaria, tampoco es del todo acertada. Aunque parezca raro, hay quien pelea deseando perder y, desde luego, existen los pendencieros irredentos, cuya única finalidad es el propio placer de luchar. Un ejemplo evidente de que este último grupo existe y no es una quimera es mi buen amigo Oswald, quien no solo disfrutaba peleando, sino que siempre proponía la fórmula que más le satisfacía, que era la de 'todos contra todos'. Bien es cierto que casi nunca le hacíamos caso, aunque solíamos declinar su propuesta con delicadeza y prudencia, ya que conocíamos su facilidad natural para el enfado virulento (y, además, sabíamos que siempre iba acompañado de su célebre cuchillo de monte).

Hay grandes guerras, claro está, en las que el conflicto es tan trágico que se hace indiscutible que, sea cual sea el resultado, se producen terribles daños para cuantos en ellas participan, si bien las consecuencias suelen ser mucho peores para los perdedores.
No es necesario llegar tan lejos para comprender que, hasta cuando dos personas luchan (no necesariamente en el sentido físico), ambas salen mal paradas, en la mayor parte de los casos.
Vencer en estas batallas menores puede dejar un amargo sabor en quien lo consigue (también en su rival, claro), teniendo muy en cuenta que no todas las secuelas se producen de forma directa ni inmediata. La victoria es dura y la derrota terrible. No es de extrañar, por ello, que hasta el propio Sun Tzu diga en el tercer capítulo (mi favorito) de su Arte de la Guerra, cosas tales como que "los que consiguen que se rindan impotentes los ejércitos enemigos, sin luchar, son los mejores maestros del arte de la guerra".
En ese mismo capítulo sentencia: "La victoria completa se produce cuando el ejército no lucha y el enemigo es vencido por el empleo de la estrategia".
Yo resumo esta parte fundamental de sus enseñanzas con esta frase: "La mejor victoria es la que se consigue sin luchar".

¡Cuántas veces hemos lamentado una victoria! yo, al menos, lo he hecho en muchas ocasiones. Incluso en los triunfos contundentes, se sufre. "Pleitos tengas y los ganes", sintetiza en cinco contundentes palabras la famosa maldición gitana, con la que cualquier persona sensata comulga (en especial, aquellas a las que la vida ha dado la oportunidad de comprobar su veracidad en sus propias carnes).
¿De qué nos sirve cantar victoria sobre los escombros de una realidad tan destruida que no nos ha dejado otro camino más que el de la guerra?

Por eso, las palabras del sabio redoblan en nuestra cabeza como lo hacen los tambores de Calanda durante la procesión del Santo Entierro. Y nos recuerdan su constante deseo: "No busco la victoria, quiero la paz".

Yo también.

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