lunes, 1 de febrero de 2016

El que no vuela, corre

El reciente descubrimiento de la explicación científica del misterio de las 'piedras corredoras' del californiano Valle de la Muerte, nos ratifica en la veracidad de un popular dicho, referente a las facultades escapistas de algunos miembros de la especie humana, expresado, eso sí, de una forma un poco más conservadora. 

Cierto es, por ejemplo, que hay aves que no vuelan (aunque, tal vez, sí lo hicieron en un pasado ya lejano), pero corren. Y, algunas, corren mucho. Estas aves corredoras (al igual que ciertas personas), utilizan su facilidad para lanzarse a la carrera más para huir que para alcanzar algo. Pero no siempre huyen del peligro. Esta última y sorprendente característica se agudiza entre los humanos, ya que los animales, al contrario que las personas, no suelen malgastar energías inútilmente y, desde luego, no parece muy productivo escapar de uno mismo, si bien, ya estamos habituados a que la sensatez no sea siempre la regla de comportamiento más generalizada entre la gente.

Las piedras del Valle de la Muerte corren. Normalmente, de noche, cuando nadie las ve. Es como si estuviesen jugando a un 'escondite inglés' permanente, siempre ocultándose de los ojos ajenos y, en bastantes ocasiones, también de los propios. Y esto es, claro, lo que más nos sorprende.
Volar tiene una connotación positiva, de anhelo de libertad, próxima a la que movió, en su día, a aquellas compactas multitudes, inmortalizadas en el célebre poema de Emma Lazarus que da la bienvenida, desde el pedestal de la Estatua de la Libertad, a los inmigrantes del mundo. Hoy, cuando, por desgracia, los que emigran no son tan bien aceptados en todas partes, esos versos nos parecen más una romántica declaración de intenciones que el reflejo de lo que ocurre en gran parte del planeta.
Pero no hablábamos de eso, sino de correr. De correr alocadamente, como esas gallinas descabezadas que, impulsadas por quién sabe qué acto reflejo de su sistema nervioso tratan de alcanzar lo que ya no existe: la vida.

Porque hay personas que abandonan voluntariamente su vida (movidas por una fuerza más difícil de explicar que la que traslada por el desierto a las 'piedras corredoras') para, luego, intentar escapar de sus propios deseos, de unos sentimientos desahuciados que ya pasarán el resto de la eternidad (un período considerablemente largo) condenados a un infierno gélido y perpetuo.
Ya no vuelan. Renunciaron a lo que un día las elevó por encima de la vulgaridad, quizá por el vértigo que producen las alturas de una vida mejor, diferente... y, sí, menos segura que la que se consigue arrastrándose por la arena, en la que es fácil quedarse atascado, pero no deja margen para una caída.

Y no deja margen para una caída porque ya estás en el suelo.

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