lunes, 8 de febrero de 2016

Pronombres personales

Los de la primera persona son los más conflictivos. Y el problema surge en el número. Porque cuando es singular, se usan de forma muy diferente (y hasta contraria) al plural.
Y no solo desde el punto de vista gramatical, que es obvio y procedente, sino desde otros bien distintos.
Es cierto que, al analizar lo que sucede con la diversidad de su uso (generalmente, en el sentido que se da a las oraciones de las que cada uno de los pronombres es sujeto) nada tienen de reprobables desde la óptica de la lingüística, pero resultan, al menos, peculiares si las consideramos, en su conjunto, con una perspectiva ética.

Es muy habitual que el discurso al que estamos acostumbrados, ensalce el plural y menosprecie el singular, si bien, esto suele venir derivado de lo que se considera correcto en las maneras sociales (no quiero decir 'políticas' porque en alguna de las acepciones de esta palabra, hace tiempo que se han perdido las formas), que no suelen corresponderse con el pensamiento de quien las pronuncia.
Pero tampoco es esto lo que más me preocupa. Lo que más me inquieta es la utilización perversa y sustitutiva de ambos números (singular y plural), en función de las circunstancias individuales y de la conveniencia particular de cada momento.

Ciertas personas tienen una habilidad natural para, en el uso de la primera persona, elevar la singularidad a la pluralidad, tratando de transmitir que ambas quedan identificadas en un todo unitario, más fuerte y duradero que, además, goza de virtudes superiores (casi místicas, a veces), trascendentes e indelebles.
He oído, incluso, a quien, en un alarde poético de la expresión de sus pretendidos sentimientos, asegura que el plural es el reflejo del singular, lo que 'demuestra' la indestructible simbiosis de dos naturalezas individuales que se funden en una, que deja de ser doble para convertirse en un monumental e imaginario obelisco, levantado a la divina gloria de la nueva realidad que emerge, ungida de unos valores tan eternos que los hace sospechosamente temporales.

Cuando alguien anuncia, con solemnidad, que la transformación se ha producido, es un momento oportuno para, sin necesidad de echar mano a la pistola, poner a cubierto los propios sentimientos y salvaguardar las emociones de la posible tormenta que acecha, escondida entre los pronombres personales de la primera persona.
Quien no lo hace así, corre el riesgo de asomarse a la ventana de su 'yo' para ver en el espejo de ese río turbulento (pero, en ocasiones, de apariencia tranquila, que discurre siempre por debajo de nuestras vidas) una imagen distorsionada de la realidad, en la que leamos 'nosotros', aunque no sea eso lo que se refleje. Y, si no dejamos de asomarnos, cada vez más confiados, a esa ventana, el peligro será aún mayor, ya que no sería el primer caso de un 'yo' despistado que, en su afán de creer que lo que ve es 'nosotros', acaba precipitándose a esas aguas procelosas, que le arrastran sin remedio.

Cuidado con el uso de los pronombres personales. El peligro existe.

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