domingo, 18 de enero de 2015

Las flores perdidas del té

Curiosamente se llamaba Shengnung. Así, todo seguido.
Era un nombre raro, pero se lo pusieron sus amigos cuando todavía era muy pequeño. Por lo visto fue porque era capaz de guardar la calma hasta en los momentos más difíciles.

Shengnung, como su lejano antepasado moral, conocía todos los secretos del té, unos secretos que guardaba muy celosamente y que no compartía ni con sus más íntimos camaradas, los miembros del Sendero del Dragón, una organización imaginaria, perdida en un mundo fantasma.

Durante muchos años nada perturbó la paz. Aquella variedad secreta de camellia sinensis, que había descubierto en un viejo libro de botánica, permanecía a salvo. Nadie más sabía de su existencia y él seguía guardando sus semillas próximas al corazón, tal como recomendaba el abate Francesco en las amarillentas páginas manuscritas del antiguo códice benedictino.
Sabía que era un arma poderosa y que, a la vez, contenía un gran peligro, por lo que solo debía ser utilizada para fines pacíficos, como la energía atómica.

Shengnung vivó sin temor una buena parte de su vida. Hasta que se encontró con Camelia, una dama ceciliana, surgida de las profundidades de la tarde, que combinaba su nombre con un marcado acento de alondra pasajera.
Una noche de intenso frío interno, regresando del futuro, se dio cuenta de que el sobre que contenía las semillas había desaparecido del bolsillo interior de su chaqueta. Deshizo el camino recorrido y lo buscó por todas partes... pero no pudo encontrarlo. Volvió a casa y sacó del armario la tetera gris de loza en la que guardaba unas flores secas de su rara camellia sinensis, las últimas que, probablemente, quedaban en todo el mundo. Tampoco estaban. Solo se percibía, suavemente, ese aroma dulce con tintes amargos que siempre las había caracterizado.

Por primera vez en su vida, Shengnung estuvo a punto de perder la calma. Entonces fue cuando vio la camelia negra sobre su almohada. Y comprendió, al fin, que la tragedia se había consumado, que ya no había esperanza.

Siguieron años tristes, complicados, en los que la mala suerte pareció concentrarse sobre la vida. Shengnung, pese a todo, se mantuvo sereno y durante mucho tiempo siguió recorriendo a diario aquel camino en el que desaparecieron semillas y flores. 

Hoy, el lugar es conocido como 'el callejón del silencio' y todo el que pasa por él mira al suelo, por si encuentra restos de las flores perdidas del té. Pero solo queda el reflejo de una camelia negra... una camelia negra, solitaria y triste.

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