jueves, 15 de enero de 2015

A propósito de la amistad

La amistad es un territorio misterioso. Siempre lo ha sido, pero la irrupción en nuestras vidas de sus nuevas formas, lo hace, aún, más difícil de explorar y, sobre todo, de comprender.

Desde tiempo inmemorial, la palabra 'amigo' ha tenido infinidad de interpretaciones, de significados, de acepciones...
Hay 'amigos' para todos los gustos: buenos amigos, malos amigos, amigos para siempre (como Coby), amígos íntimos... y hasta, en algunos países, se saluda llamando 'amigo' a todo el mundo, incluso a quien se acaba de conocer.
En los últimos años, todas estas variedades se complican con la aparición de los amigos de las redes sociales, especialmente en Facebook, ya que otras han tenido el buen criterio de llamar de una forma diferente a los contactos que se establecen a través de ellas. Pero en Facebook todos son 'amigos': los que lo son mucho, los que lo son poco, los conocidos, los familiares, los que te tienen manía, los perfiles ficticios, los extraños e, incluso, los enemigos.
Y no es que me parezca mal que sea así, pero hay que reconocer que puede inducir a confusión. Las redes sociales son estupendas. Todas tienen virtudes y algunos defectos e inconvenientes, claro, aunque son, más o menos, los mismos que tienen otros lugares en los que se conoce gente.
También son una verdadera fuente de amistad, como pueden serlo el colegio, la universidad, el trabajo o el vecindario, por poner solo algunos ejemplos. Nada, por tanto, que objetar a estas 'amistades', aparte de las complicaciones añadidas que traen a un término que ya tenía lo suyo.

Lo que a mí me produce más alarma es lo que está vinculado a la evolución de las relaciones dentro de la amistad auténtica (sea cual sea su origen, digital o convencional).
Me refiero al afecto. Un amigo es, entre otras cosas, alguien por quien sentimos afecto, cariño (luego volveré sobre esto). Pues bien, en mi opinión (muy discutida, por cierto), el cariño es algo que funciona de una forma similar a un termómetro de máxima (los que sirven para medir las temperaturas máximas, como su nombre bien indica). Es decir, que su indicador puede subir, pero no bajar. Así, el afecto positivo se va acumulando (generalmente, poco a poco) y, si bien puede estancarse, no baja nunca. Algo así como lo que cantaba Jorge en 'Marina': "Un fanal que el mar azota, sin matar su luz jamás".
Si mi forma de entender la verdadera amistad fuese la correcta, a un amigo se le podría llegar a querer más... o quedarse en un nivel de amistad determinado; mientras que no cabría la posibilidad de que nuestro cariño hacia él disminuyese (una cosa es el uso de la amistad y otra, muy distinta, su desaparición).
Sin embargo, la experiencia (tan engañosa siempre para el conocimiento auténtico) nos dice lo contrario: las mayores enemistades se producen entre personas que han sido muy amigos, al igual que los mayores odios tienen lugar entre quienes (supuestamente) se han amado mucho.
Esto es, desde mi particular punto de vista, imposible. El cariño, en cualquiera de sus múltiples versiones reales (he dicho 'cariño' y 'reales', no vulgares y mal administrados sucedáneos) es irreversible. Se da, se genera, se entrega... y permanece. Despierto o dormido, activo o pasivo, alegre o triste, eficaz o inútil... pero no se puede retirar (salvo que, en realidad, no haya existido, porque los espejismos sentimentales también existen). Da igual que la amistad sea correspondida o no (si esto último sucede, la situación será poco dinámica, claro). Da igual: la tristeza no desintegra el cariño.

El afecto (ahora vuelvo sobre la palabra antes enunciada) es, según el diccionario de la Real Academia, cada una de las pasiones del ánimo (ira, amor, odio, etc.), lo que podría justificar teorías opuestas a la que yo defiendo, si bien esta posibilidad no parece real cuando, como en mi caso, me refiero a la última acepción que da a la palabra la propia Academia: "... y especialmente el amor o el cariño".

¿Por qué casi nunca se dan enfrentamientos emocionales virulentos entre personas con las que no se ha llegado a tener amistad? ¿Por qué el odio es más común entre quienes se han amado que entre quienes han permanecido en el umbral de la indiferencia?
Mi respuesta es bien sencilla (no debe confundirse la enemistad o el odio con el legítimo derecho a defenderse de agresiones o ataques de cualquier tipo, vengan de donde vengan): el afecto positivo (el cariño, el amor, la amistad) imprime carácter e imposibilita su desahucio de los sentimientos propios. 
Puede que 'el otro' no haya sido nunca nuestro amigo y solo fuese una ilusión (a veces duradera) lo que habíamos percibido. Pero si nosotros sí éramos amigos suyos (amor y amistad son unidireccionales, aunque, en ocasiones, se encuentren en su trayecto con los de otras personas) nunca dejaremos de serlo.

Sí, yo creo que Coby tenía razón, la amistad es para siempre.

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