jueves, 21 de febrero de 2013

Agorafobia sentimental

Hay quien tiene la mala costumbre de cerrarse, sistemáticamente, todas las salidas.
Es un hábito muy malo, que suele acarrear funestas consecuencias, pero quien actúa de esta manera lo hace, en bastantes ocasiones, sin consciencia positiva de su perniciosa conducta.
Muchas veces es resultado de un sentido del amor propio equivocado, aunque también es cierto que estas personas, tan empeñadas en malentenderlo, tienen, con frecuencia, un cariño hacia su propio yo un tanto exacerbado.
Como se suele decir, llevan la penitencia en el pecado, ya que son ellas mismas quienes sufren, en mayor medida, los perjuicios de su agorafobia sentimental, como podríamos llamar a su mecanismo permanente de cerrar puertas al desarrollo de su destino y, en especial, de sus emociones.
Lo curioso es que este comportamiento no es, en absoluto, sinónimo de falta de inteligencia, sino que, por el contrario, muchas personas consideradas sensatas e, incluso, brillantes en su vida profesional adolecen de este defecto en su vertiente privada.

El principal síntoma de esta enfermedad emocional es la negación categórica y compulsiva ante cualquier alternativa razonable de rectificación que exija una mínima aceptación de un error cometido y, mucho menos, de un acto propio censurable. El agoráfobo sentimental nunca acepta la posibilidad de haber cometido una equivocación. Antes bien, traslada siempre a un tercero  la responsabilidad de todo mal causado, aunque, eso sí, rechazando cualquier insinuación que se vierta hacia su actitud que pueda implicar un atisbo de soberbia o terquedad por su parte.
Porque éste es el segundo síntoma: el agoráfobo sentimental convierte su orgullo en razones justificadas, presuntamente objetivas, que culpan a la otra parte de las barbaridades cometidas por su persona, sean de la índole y del alcance que sean.

Esta dolencia anímica (no podemos calificarla de otra forma) eleva su grado hasta el escalón superior de su peculiar colectivo cuando, no conforme con todo lo anterior, atribuye su propia culpabilidad al sujeto pasivo que ha sido perjudicado, de forma directa, por sus actos.
Y ya alcanza su nivel superlativo cuando este sujeto pasivo no es un individuo extraño o ajeno a su entorno sentimental, sino que es, precisamente, el menos indicado (desde un punto de vista teórico, claro está) para sufrir el embate de su desatada agorafobia sentimental.

¿Hasta dónde puede llegar este tipo de personas?, se preguntará el desasosegado lector de estas líneas, un tanto atribulado por las características de la enfermedad del espíritu aquí expuesta.
Pues, en realidad, aún puede llegar más lejos.
Se conocen casos en los que la agorafobia sentimental sufrida es tan aguda que incapacita al enfermo hasta para aceptar las sinceras propuestas de paz que le presenta su propia víctima, llegando a utilizar las ramas de olivo ofrecidas para atrancar las puertas y ventanas de su alma, cerrando hasta el último resquicio, con el fin de evitar que el fleco de algún sentimiento desgarrado pueda salir de su encierro y encontrar un rayo de sol que pueda convertirse, con el tiempo, en una remota vía de salida hacia ese exterior luminoso, libre y olvidado que no están dispuestos a permitirse quienes se niegan para siempre la salida hacia la vida.

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