miércoles, 27 de julio de 2016

Luna de trapo

Los sapos, los poetas y los lobos cantan a la luna llena. Yo mismo lo hago. 
No es grave ser sapo. Al menos, cuando escucho a los Chalchaleros, así me lo parece. 
Su creador, el chileno Alejandro Flores fue, sin duda, un gran poeta. De sus versos me gustan especialmente esos que dicen "¿No sabes, acaso, que la luna es fría/porque dio su sangre para las estrellas?". 

Y es que, de un modo u otro, la luna tiene un atractivo especial. Y, cuando está llena, multiplica su fuerza, su llamada. 
Pero la luna es fría, como muy bien apuntó Flores. Por eso no responde a nuestro canto. Tal vez su frialdad esté provocada por la razón que nos cuenta el poeta. Es muy probable, pero, para entender bien esto es necesario pensarlo dos veces y no quedarse con la primera impresión que, como todos sabemos, en este asunto de las lunas suele ser engañosa.
Porque, en realidad, lunas hay muchas. Y casi todas son como espejos (yo creo que de ahí viene su nombre), lo que provoca que nos miremos en ellas y solo seamos capaces de ver un reflejo idealizado de nuestros deseos, de lo que nos gustaría alcanzar en la dimensión sentimental (la/s luna/s poca relevancia tiene/n en nuestros anhelos materiales).

Desde luego no me estoy refiriendo aquí al (tan frecuente) 'complejo de madrastra de Blancanieves', ni al (no menos habitual) que produce el efecto contrario del anterior en quien se pone frente al espejo. La luna (sobre todo, la llena) del cielo es mucho más peligrosa.
Poner en ella ilusiones y dar rienda suelta a nuestras emociones, entregándose a su engañosa y cambiante luz, entraña un elevado riesgo.
Al principio, cuando la vemos aparecer, grande y majestuosa, tras el horizonte, parece cálida y generosa, dispuesta a iluminar nuestro entusiasmo con su desbordante fulgor. Un poco más tarde, el intenso color naranja inicial se torna un tanto amarillo, mientras reduce su tamaño y, ligeramente, el poder de su hechizo. Digamos que se va enfriando un poco.
Lo peor viene luego, cuando volvemos a buscarla allá arriba, tras haber dejado pasar unas cuantas horas. Entonces ya es blanca, fría... y más distante.

En Nápoles no suele pasar eso, es cierto, pero yo hablo de las otras lunas, no de la que brillaba (todavía lo hace, a veces) sobre esa inmensa bahía en las noches de aquella lejana primavera.
Alguien dijo, hace ya muchos años, que, para que no duela el corazón en las infinitas veladas sin luna que a todos nos quedan por vivir, hay que pensar que la luna es de trapo. Nada de papel ni cristal, de trapo.
El trapo es muy socorrido para estos problemas. Su principal ventaja es que, al estar desprovisto del más mínimo glamour, elimina las toxinas del espíritu y nos vacuna de falsas expectativas, evitando todo tipo de desengaños.

Claro que, volviendo a la canción de Alejandro Flores, en cuanto nos descuidamos, se nos vienen a la cabeza algunos de sus otros versos, como, por ejemplo:

"Que la vida es triste,/si no la vivimos con una ilusión".

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