martes, 12 de julio de 2016

Dudar o no dudar

Muchos aseguran que uno de los problemas de lo que sucede en el mundo es que la gente sabia duda de casi todo, mientras que los insensatos tienen una tendencia innata a comportarse siguiendo con radical decisión sus (con alta frecuencia) equivocadas convicciones.

Es algo que, desde luego, pasa una y otra vez. En muchas cuestiones (entre ellas, como es lógico, en las más peliagudas), las personas que profundizan en los temas antes de manifestar una opinión categórica sobre ellos, suelen dudar. La duda es razonable en multitud de ocasiones, porque existen pocas verdades absolutas y muchísimas facetas y puntos de vista, dignos de ser tenidos en cuenta casi siempre.

Sin embargo, el hombre simple (y la mujer, claro), sucumbe con facilidad ante el impulso de su parcialidad, de su opinión incompleta, monocolor y, básicamente, subjetiva.
Puede que esta diferencia sustancial entre ambos (el reflexivo y el que no lo es) proporcione una ventaja competitiva a los que 'primero disparan y después preguntan'.
Pero, pese a esta posibilidad (cuyo éxito estaría supeditado a la irrelevancia del error), no deja de ser paradójico que quienes más saben sean los que tienen mayor consciencia de que sus conocimientos son siempre limitados.

La ignorancia es muy osada, y no es extraño que hasta existan quienes la prefieren para poder actuar con impunidad intelectual. Pensar no solo es agotador, sino que sumerge al pensante en un proceloso océano de dudas del que resulta muy complicado escapar indemne.
Claro está que hay diversas clases de seres humanos y, como es lógico, de sus distintas naturalezas es consecuencia la actitud habitual de cada uno.    

No es sencillo diagnosticar con acierto las ventajas e inconvenientes últimos de la sabiduría y la contemplación frente a los del arrojo y la decisión. La historia está llena de importantes personajes encuadrados en uno y otro bando, si bien es cierto que los más grandes fueron aquellos capaces de reunir ambas conductas y aplicarlas con acierto cuando la situación lo requería.
Me gusta, al pensar en ello, recordar unas palabras de Kant, extraídas del capítulo II de sus 'Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y de lo sublime':

Cuando observo alternativamente el lado noble y el débil de los hombres, me acuso a mí mismo de no poder tomar el punto de vista desde el cual estos contrastes se funden en el gran cuadro de la naturaleza humana, como en un conjunto impresionante. Comprendo que, en líneas generales de la gran naturaleza, estas grotescas situaciones no pueden menos de tener una significación noble, aunque seamos demasiado miopes para contemplarlas por este aspecto.


En un orden diferente de cosas, el establecido por la competición permanente entre dudar y no hacerlo, ocurre algo parecido. Ya lo ponía Shakespeare en boca del pobre Hamlet (con más bellas -o, tal vez, más sublimes- palabras que las mías). 
Aquí lo dejaremos reducido a una expresión más vulgar, menos poética. Eso sí, bilingüe, para enfatizar aún más nuestra profunda confusión: 

–¿Dudar o no dudar? That is the question.

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