domingo, 5 de junio de 2016

Endogamia intelectual

Es una de las principales causas del empobrecimiento mental. Hay personas, industrias, y hasta profesiones enteras que, sin darse cuenta, se van enrolando en esas listas circulares, carentes de principio y fin, que conducen siempre a dar vueltas sobre el mismo eje.

La endogamia intelectual es un gran riesgo. Su principal problema es que no tiene síntomas notables, por el contrario, quienes van sumergiéndose en ella, perciben un reconfortante calorcillo cerebral que les hace sentirse a gusto, protegidos y a salvo de sobresaltos mentales.
Los sentimientos y las emociones quedan en familia, dentro de ese limitado grupo de conocidos habituales que jalea con sus palmas cualquier iniciativa que les convoque sin salir de su territorio de confort, lo que provoca un inmovilismo crónico, letal para despejar el horizonte de lo cotidiano.

Este peligro, la endogamia intelectual, puede afectar, como hemos mencionado al principio, tanto a individuos como a colectivos, siendo especialmente proclives a caer en él determinadas actividades y grupos que hacen de la autocontemplación improductiva su norma de vida.
Muchas veces se confunde este comportamiento endogámico con el homogámico, siendo ambos radicalmente diferentes. Los riesgos que se asumen practicando la homogamia intelectual son menores ya que no van más allá de la dificultad de entender a los que pertenecen a clases intelectuales diferentes. Tiene la consecuencia natural de limitar el enriquecimiento mental de quienes la practican, pero esta secuela es incomparable con las que aparecen, a medio plazo, tras una endogamia persistente.

Todos sabemos que la endogamia genética lleva, tarde o temprano, a la degeneración biológica, pues bien, lo mismo ocurre con la intelectual. Se acaba produciendo un bloqueo mental que lleva a unas estrecheces culturales nocivas para el desarrollo eficaz del discernimiento práctico.

Un buen ejemplo de cómo salir de ella nos lo brinda lo sucedido durante el pasado siglo en el mundo de la comunicación comercial. 
En los inicios, fueron los propios fabricantes de los productos (o los proveedores de servicios) quienes creaban sus propias campañas publicitarias. La teoría que sustentaba esto estaba basada en que parecía lógico que nadie podía conocer mejor sus productos (y a sus clientes, incluso) que el propio fabricante. Pero, con el tiempo, se descubrió que, pese a ello, las mejores y más eficaces campañas las creaban agencias independientes, a pesar de que su conocimiento de lo que fabricaba una determinada empresa era, como es normal, menor que el de la compañía que lo producía.
Una de las causas de que esto fuera un hecho constatado (aparte de la capacitación profesional especializada en comunicación de quienes trabajaban en las agencias, y de su dominio del manejo y funcionamiento de las técnicas requeridas, así como de los medios utilizados como vehículos de los mensajes) era que la visión de las agencias era, sí, menos profunda que la del anunciante, pero mucho más amplia, con el consecuente beneficio de poder aplicar los conocimientos adquiridos en otros sectores al propio del fabricante para el que trabajaban.

Algo parecido ocurre en el terreno intelectual. Quienes, ya sea de forma voluntaria o intuitiva, reducen su actividad al entorno más inmediato, se empobrecen y aíslan de cuanto evoluciona a su alrededor, generando un estado de dificultad creciente para salir de su gueto cultural.
Retroalimentarse, de forma exclusiva, con los propios pensamientos es un método que puede llevar al colapso mental. Incluso a creer que el cielo y las estrellas giran a nuestro alrededor. Algo que llega al paroxismo cuando se acaba condenando (aunque sea solo con el pensamiento) a la hoguera de nuestra personal inquisición a todos los que no aceptan ese particular epicentrismo universal, tan inevitable para los endogámicos intelectuales persistentes.

Hagamos un esfuerzo para librarnos de ello.

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