jueves, 12 de marzo de 2015

Broncemia severa

He disfrutado mucho con el excelente video de Francisco Occhiuzzi, en el que nos describe con detalle las principales características de una enfermedad fantástica (tal como él la califica), la broncemia.
Francisco atribuye el origen del término que define este proceso degenerativo, cuya principal causa es la elevación progresiva del nivel de bronce en la sangre del individuo que la padece, al profesor Narciso Hernández. 

Narciso aseguraba que la enfermedad tenía dos etapas: la primera de ellas sería la importantitis, en la que el paciente se siente tan importante que cree que no hay nadie mejor que él; mientras que en la segunda, la inmortalitis (con la cantidad de bronce en sangre en cotas máximas), ya se considera una estatua broncínea e inmortal.

Dicen Narciso y Francisco que la enfermedad se puede desarrollar en cualquier lugar, pero, que crece, con especial virulencia, en aquellos lugares en los que se presume de un alto nivel de intelectualidad o que se encuentran más próximos a los centros de poder, pudiendo ser de cualquier índole, empresarial, científica, deportiva, política...

Los síntomas del broncémico son, entre otros, la soberbia y la afectada solemnidad de su comportamiento. Al parecer, es una enfermedad algo tardía, ya que no suele presentarse (hay casos que lo desmienten, desde luego) antes de los cuarenta o cuarenta y cinco años y, como bien afirma Occhiuzzi, los más severos aparecen a partir de los cincuenta.
En un principio, se consideraba que era un mal básicamente masculino, pero en los últimos tiempos se está detectando un aumento progresivo de casos de broncemia en el sexo femenino. La mayoría de los autores coinciden en señalar que, cuando esto sucede, las mujeres afectadas presentan cuadros clínicos de extrema gravedad, casi siempre incurables.

Cuando el broncémico avanzado habla, lo hace erguido, como si estuviese haciéndolo desde un púlpito. Esta forma de hablar viene acompañada de una sordera interlocutoria que le impide escuchar a los demás. 
Hablan, asimismo, algunos autores del reflejo cefalocaudal, que consiste en una forma muy característica de caminar, en una postura erguida, con la cabeza elevada y el cuerpo rígido (provocado, con gran probabilidad, por la impregnación del bronce en su anatomía). Aunque, en realidad, hay quien asegura que los broncémicos no andan, sino que se desplazan majestuosamente.

Perdida su capacidad de sonreír de forma natural, la sustituyen por un gesto rígido, propio de quien ha modificado la original condición física de los tejidos humanos, convirtiéndola en una más cercana a la que caracteriza a las aleaciones metálicas y, en especial, a la de cobre y estaño.

La broncemia no es muy contagiosa, pero tiene algunos efectos reflejos en quienes frecuentan la compañía de los afectados, ya que es fácil observar en el comportamiento de quienes la padecen que han perdido todo el interés por ayudar a los demás, incluso a aquellas personas que han estado más próximas a ellos en el terreno del afecto y los sentimientos.

En su fase terminal, cuando ya se hace de todo punto incurable su mal, el broncémico cree desayunar a diario con los dioses y, solo tras hacerlo cada mañana, accede, magnánimamente, a descender al mundo de los mortales y permitirles disfrutar con su displicente presencia. He oído que el té de esos desayunos lo sirve, personalmente, Apolo.

¡Ah, la broncemia! ¡Qué enfermedad tan nefasta! Hagamos todo lo posible por mantenernos alejados de ella. 
Por desgracia, para algunas personas, ya es demasiado tarde...

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