jueves, 14 de marzo de 2013

El cocido atómico

Es de todos conocido el poder letal de determinadas armas no convencionales, como, por ejemplo, el Don Nicanor Tocando el Tambor, que, bien utilizado, produce severos efectos desestabilizantes en la integridad psicológica del adversario (al igual que sucedía con el 600 de Gila, que no mataba, pero desmoralizaba).
Una botella vacía de gaseosa La Revoltosa era, en manos de Paquito, mucho más peligrosa que un tomahawk manejado por un guerrero sioux, de la misma forma que un grito de la tierna Violeta Isabel Bott era capaz de poner en retirada a Guillermo Brown y sus Proscritos, al completo.

Y todo esto sin entrar en otros artefactos o ingenios ofensivos (algunos de ellos en el más literal sentido de esta palabra) mucho más terroríficos o disuasorios, como laaa piiistola de Mala Estrella, las fugas incontroladas de galvetano en el Ramiro, los escatológicos envíos postales que acabaron con los macarrones de La Vieja Arpía sin necesidad de ser implementados o la temida terraja de carrañaca, tan contundente y espantosa que nunca fue preciso utilizarla.
Bien es cierto que, llegado el caso y siempre que la extrema gravedad de la situación lo recomendase, se aplicaba un Not Intervention (grado nueve en la Escala del Dragón), en la seguridad de que, combinado con un desprecio irreverente por el paso del tiempo, sus resultados eran infalibles.

Pero aquel caso fue diferente. Se trataba de inducir un desestimiento. Quien debía desistir era un personaje depredador y secundario, cuyos intolerables propósitos bastardos estaban llegando demasiado lejos.
Así que el plan ingeniado por aquel castizo oppenheimer, consistió en preparar lo que podríamos llamar el cocido atómico. Era un proyecto audaz, a la par que un tanto surrealista.
Como en tantas ocasiones similares, debía llevarse a cabo en una operación relámpago perfectamente sincronizada, ya que el factor sorpresa era pieza fundamental de la estrategia.

El cocido madrileño es un plato popular, pero, desde luego, excelente. Cuenta con innumerables y entusiastas seguidores y su ingesta moderada no suele producir excesivos efectos secundarios. Si acaso, leves alteraciones digestivas de las que es fácil reponerse.
Sin embargo, si se consigue una masa crítica suficiente, bajo determinadas condiciones físicas y psicológicas, en los niveles adecuados de presión y temperatura, puede llegar a producirse una fisión nuclear de los átomos del garbanzo, induciendo una reacción en cadena, imposible de controlar por la naturaleza de las personas implicadas.
Esta era la teoría. Pero había que ponerla en práctica con precisión y donaire, el Día D, a la Hora H.

Todo se desarrolló con matemática precisión. Dos cocidos simultáneos. Uno elegante, sofisticado, clásico... y el otro vulgar, ramplón, con una presentación adecuada a sus objetivos. Los tardíos idus de marzo fueron favorables y la célebre ecuación de Einstein, en su aplicación al caso del cocido (cuyos neutrones presentan mejores condiciones de fisión que los del uranio o el plutonio), volvió a demostrar que por poca masa que se extraiga como resultado de la división del núcleo del átomo (m), se libera una cantidad ingente de energía (E), al ser multiplicada aquella por el cuadrado de la constante cocido (c). En resumen: E=mc2.

El resultado fue espectacular. Todavía hoy, más de veinte años después, se sigue recordando la inesperada reacción en cadena de aquel cocido atómico que liberó neutrones y neuronas, acelerando un proceso beneficioso para todos, menos para el personaje depredador y secundario, claro está.
Si alguien no lo supo ver en su momento, ahora tiene la oportunidad de replanteárselo.

Y, en cualquier caso, siempre nos queda la posibilidad de tomar un buen cocido para celebrarlo... por ejemplo, la víspera de San José, en Lhardy.

3 comentarios:

Samael dijo...

yo tenía un buen amigo (no se ya nada de él) que se llamaba Arturo (su mujer Estefanie, francesa ella), que era el dueño de un restaurante espléndido en Chueca que se llamaba La Gastroteca de Arturo. Pues bien, Arturo, además de gastroteco era arquitecto, o matemático o ambas cosas, y en sus años mozos desarrolló la teoría tensorial del cocido que en una ocasión me mostró. Un tratado de más páginas de las que uno se puede imaginar con semejante título.
Francamente interesante, principalmente la parte en que los garbanzos representaban los elementos de una matriz, paso previo a la aplicación del calculo tensorial. El espacio euclideo elegido, recuerdo que era una mesa camilla.
En fin, tu teoría atómica me lo ha traído a la cabeza. Interesante también.

Frasesfrescas dijo...

¡Alabado sea!

Paco González dijo...

Gracias Tito y Javier por vuestros comentarios.

Mi buen amigo y vecino Arturo Pardos... que, además de todo lo que bien dice Tito, era un gran dibujante y excelente humorista (La Codorniz). Me dio clase de Análisis de Formas en su academia de Fuencarral, 41.
Espero que siga luciendo sus magníficas barba y melena. Hace mucho que no sé nada de Arturo y Stéphane. Ojalá sigan los dos bien.
Un fuerte abrazo para ellos desde aquí.