jueves, 21 de marzo de 2013

Pequeños olvidos

En esta vida tan agitada que nos ha tocado vivir, es normal que todos tengamos pequeños olvidos intrascendentes.
Cada vez son más las obligaciones, los compromisos y, también, las prisas con las que hay que resolverlos. Lejanos están aquellos tiempos en los que el mundo se movía a un ritmo más lento y pausado, en el que era posible la reflexión y la calma.

Con este panorama, los ciudadanos del siglo XXI debemos multiplicarnos en nuestras tareas y responsabilidades, hasta el punto de supeditar muchas cosas al vértigo de una actividad siempre más intensa y diversa de lo deseado.
Claro que no todos tenemos el mismo nivel de involucración en esta epidemia social de la urgencia en la que estamos inmersos, ni tenemos la misma capacidad para atender cuantos frentes tenemos abiertos.
Es paradigmática la atribución al sexo femenino de una mayor aptitud a convivir con un universo plural y, sobre todo, a salir airoso del permanente desafío que provoca el estrés de la vida contemporánea.
Dicen que los hombres somos más proclives a esos pequeños olvidos, que no prestamos tanta atención a los detalles. Puede que sea cierto, aunque suele ser malo generalizar.

Una superwoman, pongamos por ejemplo, no tiene tiempo para minucias, pero consigue prestar la atención debida a cuantos asuntos precisan de ella. La escala de valores de esa superwoman es, tal vez, errática y flexible, aunque, precisamente por esto, logra cubrir todos los flancos en un entorno que muchas veces es más propicio a recompensar el triunfo profesional que el personal.
Este razonamiento nos lleva a recordar que, cuando se dan estas circunstancias, se corre el riesgo de alterar el orden normal de las emociones, trasladando los sentimientos a un plano secundario y las consideraciones éticas a los niveles más profundos de una sensibilidad pignorada en aras del éxito laboral, del reconocimiento social y de la supervivencia económica (esta última motivada, a veces, por la temeridad financiera de un tercero, que acostumbra a vivir como si fuese un 'primero').

No es, por lo tanto, raro que tengamos pequeños olvidos. Olvidos que pueden ser de cualquier índole. Los hay de tipo geográfico, como no recordar algunos lugares en los que hemos estado; de naturaleza temporal, como olvidar lo que se ha hecho o dicho en determinados momentos; históricos, que son aquellos que confunden los sucesos producidos y sus protagonistas...
En fin, que somos olvidadizos.

Ya he dicho antes, que este defecto es más propio del sexo masculino. Por eso es raro que una superwoman se olvide de su pasado. Más habitual es que se olvide, voluntariamente, de su futuro. O, mejor dicho, de una parte de su futuro, porque hay áreas de las que nunca se olvida.
Dice un experto en la materia, ferviente seguidor del concepto desarrollado por Marjorie Hansen Shaevitz, que la extrema dureza de la vida de alguna superwoman puede crear el 'síndrome del olvido obstinado' (como él lo denomina), cuyos síntomas se caracterizan por olvidos emocionales crónicos, combinados con otros agudos y puntuales.
Lo curioso es que, en determinados casos, esos tenaces olvidos producen desajustes en los mecanismos de autodefensa que pueden causar 'daños equinocciales' a la propia superwoman. Y los define de esa manera porque tienen lugar, con la misma intensidad y duración, tanto de día como de noche, si bien es verdad que por el día van en un sentido y por la noche en el opuesto.

Un equinoccio emocional del que es muy difícil liberarse, por mucho que haya quien se empeñe en seguir considerándolos 'pequeños olvidos'.

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