lunes, 11 de marzo de 2013

Conservas

Dicen los entendidos en temas de nutrición que los alimentos frescos son más sanos que las conservas, que no producen escorbuto, que tienen más vitaminas...
Sin profundizar en lo del escorbuto, cuyo solo nombre produce una angustiosa intranquilidad (aunque no sea más que consecuencia de falta de vitamina C), parece razonable aceptar esta contrastada teoría. Sin embargo, las conservas han jugado un papel fundamental en la alimentación humana, tampoco podemos negar este hecho.

Yo soy un admirador de las conservas. Me gustan. Hay conservas extraordinarias. Sobre todo, en latas. Claro que las antiguas eran mucho más interesantes y debo que reconocer que algunas versiones modernas dejan mucho que desear. No voy a descubrir, ahora, los botes de Campbell o los de las alubias Heinz (mucho menos atractivos ambos en sus versiones actuales), si bien hay que aceptar, en justicia, que otros, como el atún Ortiz o las latas blancas de Chatka, han sabido mantener el tipo.

Toda esta enlatada reflexión me lleva a pensar que el universo de la conserva se debería extender a otros terrenos, menos prosaicos que el de la comida. En realidad, puede que ya haya llegado a ellos, porque algunas de las ideas que voy a proponer me suenan tanto que me parecen firmemente enraizadas en nuestra sociedad.
Los sentimientos, por ejemplo, son un producto ideal para ser enlatado. Los Hermanos Marx y Marilyn ya nos dieron un anticipo cinematográfico, pero la película original se llamaba Love Happy y no Amor en Conserva, como fue titulada en España.

Claro que no solo es oportuno enlatar el amor. Hay muchos otros sentimientos que sería magnífico guardar en bien diseñadas y herméticas latas, sin fecha de caducidad. El odio, la amistad, el orgullo, la venganza... tendrían una salida excelente en el mercado. Incluso habría sitio para las marcas blancas, mucho más económicas y de gran éxito en estos tiempos de crisis económica y moral.
También apostaría, sin dudarlo, por su distribución on-line. Una sencilla aplicación y podríamos encargarlas, con envío a domicilio, por el iPhone o el iPad, que los ordenadores convencionales ya están un poco pasados. Pronto serían trending topic en Twitter y Facebook se llenaría de páginas que solicitarían un oportuno me gusta a sus millones de usuarios.

Luego vendría el mercado negro, el estraperlo. Los acaparadores de sentimientos en conserva los venderían bajo cuerda, sin IVA pero con altísimos precios, en especial los de aquellos años más cotizados por los consumidores, ávidos de dar rienda suelta a unas emociones que, para ellos, estaban muertas a fuerza de no usarlas.
Los sentimientos de libertad enlatados en 1789, por ejemplo, serían muy demandados (los de fraternidad de este mismo año despertarían un interés mucho menor). Asimismo, en España podrían contar con un notable atractivo los de independencia datados en 1808 y los de indignación, de añadas mucho más recientes.
Los botes de traición de 2004 estarían en la franja alta, aunque es probable que solo pudiesen conseguirse de contrabando, tras haber sido derrochados a manos llenas en su momento. Los de 2007 serían una buena alternativa para quienes no lograsen encontrar los primeros.

He oído que hay quien ha sustituido su vieja y convencional bodega por una sofisticada despensa de sentimientos enlatados que resultarán muy útiles cuando las circunstancias recomienden abrir esta lata o aquel bote. Siempre, eso sí, a favor de lo que más interese en el momento.

Y es que, como digo, con permiso del escorbuto del alma, lo de las conservas sentimentales es un gran invento.

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