viernes, 11 de septiembre de 2015

Insectos abyectos

En nuestros días, cuando, en literatura, hablamos de metamorfosis muchos tienden a pensar, de forma automática, en la de Kafka. Sin embargo, hay, al menos, otras dos más clásicas. Me refiero, claro está, a las de Ovidio y Apuleyo.
La de Kafka me gusta, pero me interesan más las obras latinas, en las que se aprende mucha mitología (sobre todo en la de Ovidio) y no hay arañas (burros sí).
A mí no me preocupan demasiado las arañas, aunque las hay malas, sino los insectos. Quiero decir, algunos insectos. Los más molestos.

Porque es innegable que hay muchos insectos desagradables. Es muy probable que no sean perversos, en el sentido humano de la palabra, pero hay que reconocer que los hay muy pesados. Ellos van a lo suyo (como la mayoría de las personas) y los hay que revolotean y dan la lata (las moscas, por ejemplo), mientras que otros te atacan a traición (también como algunas personas).

En mi opinión, los peores son los abyectos. Es decir, los viles en extremo, los más despreciables. Aunque todos sabemos que otra acepción del término 'abyecto' es la de 'abatido en el orgullo' y es la que define a esos insectos (o personas) que, humillados en su soberbia, se revuelven contra propios y extraños (sobre todo, contra propios). 
Pican mucho. Y sus picaduras son muy malas, a veces, incluso, venenosas.

Por eso me gustan más las metamorfosis clásicas. Los dioses y los mitos romanos y griegos se transformaban en cosas más interesantes (eso sí, no paraban) que las arañas. O, en asno, como le pasó a Lucio por estar tan obsesionado con la magia.
Ya sé que las arañas no son insectos, que tienen ocho patas en vez de seis... pero no dejan de ser artrópodos, como ellos, por lo que la obra de Kafka, invariablemente, me recuerda a esos invertebrados de apéndices articulados que tienen costumbres y actividades tan poco saludables.
Es cierto que uno se acostumbra a todo y que, por mucho daño que te hagan las picaduras traicioneras de los abyectos (perdón, de los insectos), el cuerpo se recupera. Hasta el espíritu se acaba reponiendo de las voraces agresiones sufridas. Solo cuando los aguijones son enormes (lo que puede darse en esas extraordinarias ocasiones en las que el insecto alcanza las dimensiones de la araña de Kafka) las heridas y las marcas permanecen indelebles durante, aproximadamente, cincuenta años. Luego se quitan.

¡Ah!, se me olvidaba, este tipo de artrópodos antropomorfos suelen sufrir su particular metamorfosis a la vuelta del verano. Sobre todo en septiembre. Al menos eso he oído.

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