miércoles, 2 de septiembre de 2015

Al sol que más calienta

Unos prefieren el sol y otros la sombra, pero, por lo general, el sol tiene más adeptos.
De hecho, sorprende que, incluso en los meses de más calor, haya quien se coloque bajo sus rayos, con escasa protección, en contra de lo que, en pura teoría, parecería lógico.

Está claro que el sol es el sol. Y hay quien lo busca y se entrega a él de forma casi incondicional. Y digo casi, porque la única condición que se le suele poner al sol es que no deje de brillar y, sobre todo, de calentar. En cuanto se nubla y disminuye ese calorcito que tanto reconforta cuando el tiempo se pone raro, gusta menos.
A los lagartos (de ambos sexos) les encanta. Lo digo solo como un ejemplo, claro, pero los lagartos/as, como muchas personas, siempre andan tras ese calor y esos rayos ultravioletas, tan ricos, según cuentan, en vitamina D.
Porque, normalmente, quien suele arrimarse al sol que más calienta ama, por encima de todo, la vitamina D. Al menos, en una de sus variantes (la que da prioridad a la D sobre la vitamina, en sí).

La verdad es que la costumbre de ponerse al sol que más calienta es estupenda y, desde luego, suele proporcionar innumerables ventajas a quien la tiene arraigada en su personalidad de una manera innata.
Hay que practicarla con soltura, eso sí, no vaya a ser que se note demasiado y la parte D de la ya mencionada vitamina se vuelva esquiva.
Dicen que hay lagartijas (también a ellas les gusta) verdaderamente expertas en buscar el sol que más calienta. Porque, aunque varios soles luzcan a la vez (algo que sucede con frecuencia), no todos dan el mismo calor. Ni transmiten las mismas dosis de vitamina D. Hay soles más generosos que otros... que recelan menos. Esos son los mejores. Y las lagartijas bien adiestradas por la madre naturaleza saben distinguirlos bien.

Por lo que parece, esta tendencia no es nueva, sino antigua como la vida misma. Uno se pone a pensar (y a observar) y surgen casos por doquier. En la memoria y en la realidad cotidiana. Recordamos tantas situaciones en las que hemos visto a pequeños (y no tan pequeños) saurios desplazarse con notable agilidad en busca de territorios más soleados, capaces de otorgar calor y protección que ya nos parece una situación normal. Y seguramente lo es. Lo raro es llevar siempre la misma chaqueta y no estar cambiando de acera cada dos por tres.

Así, gracias a esta sana práctica, se mantienen los huesos fuertes y la piel bronceada, aunque, para lograrlo, haya sido necesario ir dejando perdidos por ahí algunos solecillos que fueron brillantes y calurosos en el pasado, pero cuya potencia calorífica se ha visto superada por otras fuentes de energía más interesantes y, sobre todo, económicamente más eficientes.

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