lunes, 10 de febrero de 2014

Alpinistas del corazón

El alpinismo es un deporte de riesgo, pero dicen sus practicantes que no hay nada comparable al momento de hacer cumbre en una cima difícil, tras el esfuerzo realizado para llegar hasta ella.
Este ánimo de superación es no solo digno de encomio, sino que también es un modelo de estímulo positivo ante las dificultades, interesante para ser trasladado a muchas facetas de la vida.
Podríamos decir que guarda grandes similitudes con el espíritu olímpico, tan bien  expresado en el lema Citius, altius, fortius, tomado, según dicen, de las propias palabras de Coubertin.

Vaya todo esto por delante, con la intención de dejar claro mi apoyo a los valores del alpinismo y, desde luego, mi admiración hacia quienes dieron origen al movimiento olímpico moderno. Hoy el deporte está profesionalizado, lo que modifica sustancialmente la romántica idea del ilustre barón francés, pero es comprensible que haya evolucionado así, dados los tiempos que corren.

Sin embargo, este permanente espíritu de superación en el que la vida contemporánea nos tiene a todos inmersos, puede llegar a ser contradictorio con otro aspecto de la naturaleza humana.
Y es que, como decía el arriero de José Alfredo Jiménez, muchas veces en la vida no hay que llegar primero... pero hay que saber llegar.
Por eso, siempre me han llamado la atención esas personas a las que yo suelo definir como alpinistas del corazón, por tener la dudosa virtud de dirigir, en todo momento, sus sentimientos más profundos y amorosos hacia quien está en la cumbre... y perderlos, de golpe, cuando el destinatario de su enorme e incondicional cariño deja de ocupar la cúspide y se integra en el universo de las personas normales.

Esto es algo que sucede con mucha frecuencia, por lo que, tal vez, deberíamos entender que lo que les sucede a esos alpinistas del corazón es que están impregnados hasta la médula del espíritu del barón Pierre de Coubertin y hacen suyos los valores olímpicos hasta sus últimas consecuencias, renunciando, eso sí, a la parte referente a la ausencia de ánimo de lucro (algo ya obsoleto, como hemos mencionado antes), pero no al deseo de alcanzar la gloria (en su más amplio sentido, claro está).

Suele ser curioso, asimismo, la facilidad con la que nuestros cordiales alpinistas hacen coincidir sus cambios de objetivo con el momento en el que la persona que estaba en su cénit económico y profesional, desciende por la ladera de la vida y un nuevo candidato comienza su ascenso.
No importa que este nuevo personaje llegue alto solo por un breve tiempo. Ni tampoco tienen importancia alguna los métodos que haya utilizado para su escalada... o que su equilibrio en la cima sea del todo inestable.
Lo que cuenta es el hecho de estar ahí arriba. Eso es lo único que buscan los alpinistas del corazón. Es un instinto incontrolable contra el que no pueden luchar.

Está claro que hay distintos tipos de alpinismo. Y todos tienen su componente de riesgo... aunque algunos sean deportes mucho menos sanos.

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