lunes, 18 de noviembre de 2013

Lo que el espejo no ve

Deberían existir espejos de otro tipo.
No es que no me parezcan útiles los convencionales, no... reconozco que son evidentes sus diferentes usos alternativos, muy prácticos, además, la mayoría de ellos.
Los espejos sirven para muchas cosas. Por ejemplo, para agrandar visualmente una habitación, para que los dentistas nos vean las caries de los dientes, para fabricar periscopios, para hacer señales reflejando la luz del sol...

Bueno, y para vernos en ellos, que se me había olvidado.
El vanidoso Narciso, por ejemplo, no se hubiese ahogado en aquella fuente de haber tenido un espejo para mirarse en él. Y puede que la pobre ninfa Eco no hubiese terminado consumida y reducida al sonido de su voz. Una voz incapaz, eso sí, de decir nada que naciera de ella misma.
En el fondo, la voz de Eco era como un espejo. Como un espejo que reflejaba sonidos, en lugar de imágenes.

Todos conocemos a personas que abusan de los espejos. Como la madrastra de Blancanieves que, dicho sea de paso, dejaba a Narciso a la altura de un aficionado de la autoestima.
Abusan mucho los que solo disfrutan con su propia belleza (sea real o imaginaria, que eso no les interesa), pero también hacen un uso excesivo de ellos quienes los utilizan constantemente para descubrir imperfecciones en su físico o en su vestuario (imperfecciones que, la mayoría de las veces, pasan desapercibidas a los demás).

Sin embargo, aún no se ha inventado el espejo para ver los propios defectos. Los defectos importantes, claro, no los de la apariencia externa, esa que tanto nos preocupa, impulsados, tal vez, por las absurdas exigencias que hemos creado entre todos con el culto paranoico de la sociedad por la belleza física.
Y es que hay verdaderos expertos (y expertas, desde luego) en descubrir y multiplicar los males de la conducta ajena, sin reparar lo más mínimo en los propios, hacia los que suele prodigarse una indulgencia no ya exagerada, sino casi absoluta.

¡Cuántos errores vemos en lo que hacen los demás y qué pocos en nosotros mismos! Esto se solucionaría con la existencia de los espejos morales.
Pero no solo necesitamos este tipo de ingenios reflectantes del comportamiento ético. También sería fundamental disponer de otros que nos permitiesen ver reflejados nuestros verdaderos sentimientos, porque, en multitud de ocasiones, de tanto esconderlos, no somos capaces de verlos. Y por mucho que nos miremos en nuestro espejo convencional (o, incluso, en el de aumento) para comprobar si nos ha salido una nueva cana o tenemos una pequeña manchita en la delicada piel de nuestras mejillas, que tanto cuidamos con cosméticos de Estée Lauder o de Mercadona (este tema merece un artículo aparte), no podemos ver nada de ellos. Las canas, sí. Y las manchitas. Pero los sentimientos permanecen ocultos a nuestra vista.

La ausencia de estos espejos del espíritu pone en grave riesgo a los narcisos que, enamorados de una presunta perfección propia que va más allá de lo físico, corren el peligro de tener que nadar eternamente en los gélidos lagos de la soberbia edulcorada. Y de esas fuentes brotan aguas peligrosas, en las que es fácil quedar atrapado para siempre.

Está claro que los espejos no pueden verlo todo.

1 comentario:

Penelope dijo...

Muy interesante, pero ¿tu crees que la gente se miraría en ellos? Un saludo