miércoles, 17 de abril de 2013

Odio, feldespato y mica

El granito es una roca dura y muy resistente a la erosión. Como todas las rocas ígneas, procede del magma y es al enfriarse lentamente bajo la corteza terrestre cuando adopta la forma común que todos conocemos.

Yo no puedo evitar la comparación del magma que brota del corazón de la Tierra, a través de los volcanes, con la sangre que lanza el nuestro en cada uno de sus latidos. Siempre me imagino que si este vital fluido se enfriase súbitamente, por cualquier motivo, cristalizaría en forma similar a la de los conglomerados volcánicos o plutónicos, dependiendo, eso sí, de que lo hiciera dentro o fuera del cuerpo humano.
Pero no cabe duda de que estas imaginaciones mías son puras fantasías, muy lejanas a la realidad científica que todos conocemos.
Los minerales que forman el granito, sin ir más lejos, son, desde luego, inorgánicos, por lo que difieren radicalmente de los componentes clásicos que, a base de carbono, hidrógeno y oxígeno, son la parte fundamental de cualquier tipo de vida, tanto en nuestro cuerpo como en este sufrido planeta.

Cuarzo, feldespato y mica son los responsables de la estructura de la roca granítica, tan frecuente en las proximidades de la superficie terrestre.
La belleza del granito (y también su fortaleza) proviene de la lentitud de su enfriamiento. Los minerales que lo forman pudieron, así, cristalizar en un tamaño considerable, lo que permite su identificación a simple vista, pese a estar inseparablemente unidos en el conjunto de la roca.

Hasta aquí todo parece normal y propio de un inanimado mundo mineral, tan antiguo como lejano, en teoría, de la naturaleza humana.
Sin embargo, nunca han faltado personas de sentimientos minerales. Son personas cuyo magma vital se fue enfriando lentamente hasta convertirse en piedra intrusiva, de características similares a las de ese granito, tan utilizado, sin ir más lejos, como material muy indicado para las sepulturas, dada su resistencia a los agentes externos.

Los sentimientos minerales son fríos, duros y profundos, aunque suelen aflorar con frecuencia en el comportamiento de quienes llevan en su interior rencores vitalicios, muchos de los cuales se han desarrollado por su propio empecinamiento en mantener actitudes contrarias a su propia naturaleza, tantas veces originadas por un silencio emocional degenerativo, que llega a convertirse en crónico.
El granito sentimental de estas personas ha sustituido el cuarzo (un mineral de dureza 7 en la escala de Mohs) por el odio, cuya resistencia a las emociones positivas es, en estado puro, superior a la de cualquier otro elemento conocido.
Así, odio, feldespato y mica forman una masa rocosa e imperturbable, más propia de un panteón o de una esfinge que de un ser humano.

Porque el odio, como hijo natural de la ira o la soberbia, es el componente fundamental de casi todas las grandes equivocaciones y, también, de una violencia que, a veces, está enmascarada por una falsa pasividad, capaz de esconder en su origen una enorme agresividad estática, manifestada, con frecuencia, a través de métodos ocultos en lo más profundo de una silenciosa elocuencia.
Esta fría y rocosa conciencia mineral, de ética más geológica que humana, no resuelve los problemas, sino que los enquista, paralizando su probable solución y condenando a unos y otros a vivir sobre una superficie dura, áspera... berroqueña.

Claro que hasta el propio granito sabe que lo que hoy es inerte e insensible, ayer fue magma en erupción que brotó de las entrañas de la vida, inundando con su incontenible vigor los áridos campos de la esperanza.

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