domingo, 24 de julio de 2011

Malas inversiones

Los financieros suelen invertir dinero. Los demás también lo hacemos, a veces, pero lo que todos invertimos siempre es tiempo.

A pesar de la fragilidad económica del mundo actual, es cierto que siguen quedando inversiones seguras (o casi seguras), inversiones conservadoras que dejan el dinero a buen recaudo, aunque tengan escasas posibilidades de lograr una alta rentabilidad.
Ya sé que no descubro nada nuevo con esta poco original afirmación, pero me sirve de introducción para hablar de las otras inversiones, de ésas que todos, sin excepción, hacemos: las inversiones de tiempo, de emociones, de sentimientos...

En mi ya larga vida, he encontrado tres tipos distintos de inversores en estos intangibles generales. Dos de ellos están asimilados a los habituales en el mundo financiero, pero existe un tercero, más próximo al territorio de las apuestas deportivas que al específico del dinero.
Me explicaré. Los dos modelos convencionales son el conservador y el agresivo. El inversor de tiempo conservador, dedica la mayor parte de su vida a cosas prácticas. No desperdicia emociones, sentimientos y, mucho menos, tiempo en bobadas que, probablemente, no llegan a ninguna parte. Como hacen los financieros prudentes, siempre sabe depositar su capital en aquellas opciones sobre cuya seguridad hay pocas dudas. Si se equivoca, rectifica con eficacia y coloca todo su bagaje emocional en la cesta más protegida de los riesgos de la vida, que son muchos. Luego está (aunque hay menos) el inversor de tiempo agresivo. Es el que dedica sus esfuerzos temporales y, desde luego, los del corazón en emprendimientos comprometidos, arriesgados, de gran valor si tienen un buen fin, pero con pocas probabilidades de éxito.
En el terreno sentimental, por ejemplo, podríamos identificar a cada uno de estos dos tipos de inversores de la siguiente manera:
El conservador se enamora de la persona que más le conviene. A ella dedica su tiempo y sus principales emociones, acomodadas, por supuesto, a un mercado de valores simple y que produce pocos sobresaltos.
El agresivo entrega sus sentimientos a la persona que hace latir más rápido su pulso, sin valorar el riesgo de una inversión tan poco segura que, con el tiempo, producirá pingües beneficios o le sumirá en la más absoluta quiebra emocional.

Hasta aquí, todo entra en el campo de lo normal, ya que ambos estilos de inversor son equiparables a los habituales en las lides financieras. Pero hay un tercer tipo, muy poco frecuente en el mundo económico. Podríamos llamarle inversor leal. Yo lo comparo a esos apostantes que, siendo seguidores del Alcoyano (pongamos como ejemplo), nunca dejan de ponerle ganador en su quiniela, aunque juegue contra el Barça o el Real Madrid.
Son malos inversores estos leales. Siempre acaban perdiendo. Aunque existe un subgrupo en esta categoría muy sofisticado y habilidoso, cuya pericia requiere gran talento natural y concienzudo entrenamiento. Son esas personas capaces de apostar durante mucho tiempo por la victoria de su equipo, demostrando ante propios y extraños su indiscutible fidelidad por unos colores, que aman y respetan por encima de todo, hasta que llega el momento en el que cambia el ciclo y su equipo del alma empieza a pasar por horas bajas. Ése es el instante en el que modifican su apuesta y trasladan todo su capital a unos bonos garantizados que, si ayer eran alopécicos y sin apenas interés emocional, hoy son melenudos y valiosos.

Así son las inversiones. Imprevisibles. Hay que ser un verdadero experto para salir adelante en estas épocas de desasosiego bursátil. Ya se sabe que cuando la bolsa no sona...
Pues eso, que soy un mal inversor. Y, lo peor, es que no me importa serlo.

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