miércoles, 8 de diciembre de 2010

Destino e inspiración

No siempre se encuentran, pero cuando lo hacen se producen efectos extraordinarios.
A veces se cruzan y nos obligan a escoger uno u otro camino, lo que siempre deja incompleto uno de los dos. Pero aún más doloroso es cuando las dos sendas se juntan por un tiempo y, al final, acaban separándose. Este caso, aparentemente absurdo, es mucho más frecuente de lo que parecería lógico.

La inspiración no deja de estar muy relacionada con todo aquello que nuestra voluntad desea y persigue. La llevamos dentro, si bien, en muchas ocasiones, no somos capaces de sacarla al exterior. Todos la tenemos, pero unos son más afortunados y no sólo la reconocen con facilidad, sino que saben extraerla de su dimensión oscura, mientras que otros, menos lúcidos o más tímidos, la mantienen en estado latente durante toda su vida.
Por su parte, el destino, fatal o construido a pulso, es como una avenida por la que discurre nuestra existencia, a veces de forma pasiva y otras (las más) con nuestra firme y, en ocasiones, pertinaz ayuda y empeño. En mi opinión, una u otra forma no dejan de ser nuestro destino. Poco importa que los fatalistas aseguren que nada podemos hacer por modificarlo.
Eso no es relevante en este caso. Lo importante es que, provocado o aleatorio, nuestras vidas discurren por él.

Cuando conseguimos identificar nuestra inspiración y logramos exteriorizarla, pese al destino rutinario que nos mueve por la pendiente sin retorno de nuestro camino en este mundo, tenemos ante nosotros una oportunidad difícil de ignorar. Pero tampoco es sencillo tomar una decisión, porque lo que nos inspira suele estar rodeado de peligros, mientras que la inercia vital nos lleva con relativa dulzura, incluso en los momentos amargos.
Romper esa inercia puede convertirse en una labor de titanes que no todos estamos preparados para afrontar con éxito.
Hay quien sí lo hace. Unos a nivel profesional y algunos en su vida privada. La gran virtud está en hacer compatibles inspiración y destino. Sin embargo, el esforzado que lo intente debe ser inasequible al desaliento, porque las normas de la sociedad (de cualquier sociedad) están siempre en contra. Y tampoco se suele disfrutar de la soledad absoluta, que protegería de los desánimos ajenos al inspirado luchador. Ésta es la gran debilidad del emprendimiento: la casi imprescindible compañía de otros en una epopeya en la que los héroes secundarios no suelen estar al nivel de quien desempeña el papel principal.

Y es que la inspiración es contagiosa, sí, pero nadie la vive como su dueño. Las fuerzas de quienes le siguen suelen flaquear antes de que destino e inspiración se hayan convertido en un solo camino. Los demás aguantan lo que aguantan. La cuesta de la inspiración suele ser mucho más dura y empinada que la perezosa avenida del destino. Ésa que nos lleva, inexorablemente, al inmenso valle de la anemia espiritual y a los fértiles campos de las adormideras sentimentales, tan eficaces en la profilaxis de los sobresaltos del alma.
Si, además, el poderoso caballero nos arrulla con sus canciones de cuna, la suerte está echada.
Eso sí, sin necesidad de atravesar el Rubicón, no vaya a ser que nos mojemos.
Porque luego hay que poner la ropa a secar. Salvo que seamos expertos (o expertas, que también las hay y muy buenas) en el inmemorial arte de nadar y guardar la ropa. Una especialidad que siempre juega a favor del destino y lastra la inspiración, llevándola, sin remedio, hasta el callejón sin salida de los sueños rotos.

1 comentario:

Javier Montabes dijo...

Mucha verdad! mensaje recibido!

Gracias por tu artículo.

Un abrazo!