lunes, 23 de agosto de 2010

Loca

El tango es muy bueno. Especialmente en la espectacular versión de Juan D'Arienzo. Hay que verla y no sólo oírla, claro, porque por algo D'Arienzo fue "El Rey del Compás".
Viéndole dirigir su orquesta, con su estilo único, nos resulta fácil imaginar la locura a la que cantan sus autores.

Hace años que el mundo está un poco loco, desde luego, y no hay mejor escuela que la del tango para entenderlo. Discépolo lo describe perfectamente en su Cambalache, aunque es cierto que él habla más de inmoralidad que de locura en su letra.
La loca del tango no era inmoral. Sólo loca. Loca por ahogar su desgracia en las barras de los bares y disfrazarla de exagerada alegría. Locas como ella hay muchas, aunque algunas no beban. Y otros tantos canallas, como los que compara Discépolo con los hombres de bien.
La verdad es casi nadie sale muy bien parado de esta vida de bandoneón.

Pero a mí me gusta la locura. La locura que genera ideas, la locura que rompe moldes, la locura que se opone a los convencionalismos absurdos, la locura que nos libera de la esclavitud mental... Muchas de estas locuras son las que han dado gloria al mundo y nos han sacado de la mediocridad a la que nos conduce el estricto cumplimiento de lo considerado correcto.
La publicidad también le debe algo a la locura. Y a Mondrian (¿o era Van Gogh el loco?).
Sin embargo, hay un tipo de locura muy peligrosa: la locura oculta.
La oculta es la locura de quienes parecen cuerdos. La de esas personas que actúan con buenos modales y perfecta compostura ante la sociedad, pero que tienen el cable central de la dinamo cruzado con el de la conciencia. Un cortocircuito más frecuente de lo que se cree.

Ésta se volvió loca de tanto negarse a sí misma, de tanto fingir lo que no sentía. Y es que fingir mucho es malo, aparte de cansado. Una puede acabar completamente loca. Puede acabar hecha un completo desastre. Hay locas de nariz recta y alma fláccida, que se empeñan en crear una realidad aumentada, organizando alrededor de su mundo real otro artificial que combinan con aquél, generando una especie de simbiosis virtual, en la que animales racionales de distinto pelaje comparten con esmero y aprovechamiento un alimento emocional simulado, pero que contiene los nutrientes básicos de la supervivencia.

No es un juego. Es una manera de sobrellevar las miserias de la naturaleza humana. una manera como otra cualquiera. Para salir del atolladero, unas personas se vuelven locas, otras egoístas, otras perversas... casi la mejor solución de todas es la de volverse loca. Leandro nunca creyó que Marola fuese mala. Así lo cantó en su famosa romanza, pero nadie ignora que hay ojos que lloran y sí saben mentir. Y sobre lo de querer y rezar, mejor no decir nada. La realidad era que Marola tenía un contrato con Juan de Eguía que no podía romper, aunque no era el tipo de contrato que todos pensaban. La suerte de algunas taberneras es que siempre tienen a un Leandro que cree en ellas.

Pero la loca del tango era de otra clase. Ella misma lo cantaba: He de olvidar lo que he sido y he de olvidar lo que soy.

Ardua tarea.


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