miércoles, 10 de marzo de 2010

Je t'aime... moi non plus

Esta vieja canción, que hicieran célebre Adán Gainsbourg y Eva Birkin, hace ya bastantes milenios, es la que mejor describe las relaciones personales desde el principio de los tiempos.
Cuando Serge, descendiente directo de Adán, hizo sus arreglos y cambió los papeles originales para hacerla más comercial, popularizó una melodía que ya estaba arraigada en todos los corazones de la raza humana.
Lo curioso es que también se ha convertido en el himno a las relaciones entre agencias y anunciantes.
Las agencias, como Adán antes de probar aquella siniestra fruta, amaban a sus clientes.
Eva Birkin, la directora de marketing de Garden of Eden (la gran multinacional que tantos éxitos obtuvo con su línea Paradise) también quería a su agencia. La quería y la necesitaba. Más que trabajar juntos, disfrutaban con lo que hacían. Y los resultados eran excelentes. Lo fueron durante mucho tiempo. Tal vez demasiado, porque Eva empezó a aburrirse de que todo fuese tan bien.
Y el “moi non plus” empezó a tomar cuerpo.
Dicen que escuchó a un consultor, de singular apariencia, que vendía la fruta de la supuesta sabiduría del marketing. Una fruta que producía inquietud. Que creaba dudas donde siempre hubo seguridad. ¿Y si existiese una agencia mejor?, se preguntó Eva Birkin.
Y, como muchas impacientes hacen tarde o temprano, mordió esa manzana que siempre lleva impresa la palabra “kallisti”. Esa manzana que todas las evas del mundo, se llamen Hera, Atenea o Afrodita, creen destinada a sí mismas.
Cuando un anunciante cae en esa tentación, no hay adán que se resista: todos muerden la fruta dorada y se entregan al Juicio de Paris que, a fin de cuentas, no fue más que un concurso... aunque acabase en la Guerra de Troya.
Ya lo decía Serrat: No hay nada mas bello que lo que nunca he tenido, nada mas amado que lo que perdí...
Serrat y Gainsbourg, dos sabios del marketing, dos conocedores de la naturaleza humana... de la naturaleza empresarial. De esa naturaleza que nos impide ser felices con lo que tenemos y nos empuja a buscar fuera lo que está dentro.
¡Cuántos anunciantes, cuántas evas se han perdido en esta provocación al destino! Y, mientras tanto, las agencias, los adanes del mundo, repitiendo inútilmente: Je t’aime...

Claro que, de tanto insistir en sus errores, se los acaban creyendo. Acaban pensando que hicieron bien, que el concurso era inevitable, que su agencia les había empezado a fallar, que no solucionaba su problema... sin darse cuenta de que su problema era suyo, que lo tenían en casa desde hacía mucho tiempo. Muchas de esas evas buscaron una agencia para que les hiciera un trabajo que debían haber hecho ellas. Exigieron fidelidad, lealtad y lo que dieron a cambio fue tan sólo superficial... material.

No es de extrañar que Uriel acabase empuñando la espada de fuego. Demasiada impaciencia, demasiada ambición, demasiada codicia para que Eva Birkin pudiera resistir entre el Tigris y el Éufrates de su orgullo. Garden of Eden la había despedido. Nunca debió comer de esa fruta envenenada y perversa que la hizo contestar a su agencia, con voz suave y melodiosa: Lo siento... moi non plus.

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