Mi amigo Mala Estrella era un consumado experto en el más allá. Por eso tengo la seguridad de que ahora se encuentra en su ambiente. Tiene que estar disfrutando mucho más que aquí, donde su ancestral mala suerte nunca le proporcionó prolongados momentos de felicidad terrenal. Tuvo otros que sí lo fueron, desde luego... pero no eran de este mundo.
Mala Estrella disfrutaba en ese universo paralelo que habíamos creado entre unos pocos (se cuentan con los dedos de una mano... y sobra algún dedo) para sustituir la vida por un juego y vivirla según nuestras normas. Como le ocurría a Guillermo Brown, cuyas aventuras siempre sucedían cuando él tenía once años, por muchos que pasaran desde su primer libro al último escrito por su genial creadora, Richmal Crompton.
Parte de ese 'más allá' al que me he referido antes estaba en otra dimensión, aunque no deja de ser cierto que, en el caso de Mala Estrella, también había un universo extraterrenal clásico, en el que él se movía con soltura. En eso no es fácil meterse si no cuentas con una particular sensibilidad como la suya, claro. Pero tampoco es sencillo desenvolverse con eficacia en el juego sustitutivo de la llamada 'vida real'. Nosotros lo conseguimos. Ya podemos decirlo sin peligro. Y no hay peligro por dos motivos: el principal es que casi nadie creerá que eso ha sucedido; y la segunda razón es que los pocos a quienes sí les consta que fue así no se atreverán a pronunciarse... por si acaso.
Yo no puedo recomendar a todos que sigan nuestro ejemplo. Entre otras cosas, porque si todos lo hicieran ya no resultaría emocionante ni divertido, y, además, porque ya hay intentos por ahí (parece que algo paralizados, de momento) de crear 'metaversos' comerciales al alcance de quienes estén dispuestos a pagar por ello.
De lo que sí doy fe es de que es una magnífica forma de ensanchar la vida (alargarla es otra cosa –que también interesa hacer–, en la que toda la humanidad está involucrada, pero que produce unos resultados finales bastante menores, en cuanto al volumen de vida).
No consiste (que nadie lo confunda, por favor) en llevar 'doble vida', sino en llevar 'vida doble', que es radicalmente distinto. Reconozco, eso sí, que requiere de una disciplina absoluta y de una fuerza de voluntad inquebrantable, pero, si se mantienen con firmeza esas dos condiciones, se puede conseguir. Nosotros lo hicimos.
Revelado este gran secreto, es menester advertir de una tercera condición que, sin ser imprescindible, ayuda mucho a hacer llevadera esa 'vida doble', a la vez magnífica y agotadora. Consiste en que, al igual que conviene tener en el grupo a un fundamentalista del 'más allá' (fomenta el necesario espíritu bohemio e idealista), es muy recomendable tener a otro miembro que sea un gran experto en el 'más acá'. En nuestro caso, contábamos con un superexperto recalcitrante: Paquito.
Tener una voz permanente que te recuerda, mientras juegas con todas tus energías, que existe un mundo material paralelo que desconoce tu juego, pero con el que no hay más remedio que interactuar, es algo fundamental. No se trata de una voz de la 'conciencia', sino de la 'consciencia'. Ayuda muchísimo, que nadie lo dude, porque el juego es tan divertido (y tan inmersivo) que es frecuente olvidar la otra realidad (las dos son realidades, pero se mueven en dimensiones diferentes), y eso lleva implícitos riesgos de todo tipo.
Así que ya lo sabe, querido lector: no desestime la importancia del 'más acá'. Aunque su existencia se desenvuelva en la más estricta y convencional realidad, ponga un 'paquito' en ella. Le ayudará a recordar que es usted mortal, como todos. Hasta nosotros lo somos.
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