Nadie sabe, con exactitud, quién acuñó esta frase. Pero sí parece estar claro quién la popularizó.
Ir hacia el oeste puede tener muchas connotaciones, aunque, lo más probable, es que, siendo una frase reflexiva (no lo parece, pero lo es), tuviera mucho de huida.
Sin embargo, no siempre es fácil huir. Ni siquiera cuando el West es, además de West, far.
Lo más curioso es que, en este caso, una vez alcanzado el far, convenía un desplazamiento al next.
No, no es una adivinanza. Ni una nueva versión de Wordle. Es, simplemente, una reflexión filosófica que viene a ser equivalente al conocido 'nunca es tarde si la dicha es buena', sustituyendo el adverbio de tiempo por otro de lugar. El sustantivo no es preciso cambiarlo, porque se sobrentiende en ambos casos.
Luego está lo de las matemáticas (me refiero al Teorema de Quales, que es como el de Thales, pero con números): 505/615/505. Su traducción del griego antiguo no es fácil, pero viene a decir algo así como que una cifra será considerada conspicua si leída de principio a fin y de fin a principio, solo se diferencia en un dígito y, teniendo cinco cincos y dos ceros, consta de dos combinaciones 5-0-5, una al principio y otra al final, y los tres dígitos centrales suman doce, siendo un uno el del centro y el mayor de los dos que están situados junto a él, se encuentra a su izquierda.
No es un teorema fácil de demostrar, pero en el Mileto de la época clásica gozaba de gran popularidad.
"Go West, young lady", dijo Quales (lo dijo en griego, claro), y ella fue, primero al far... y luego al next.
Lo hizo, eso sí, sin solución de continuidad, y, pese a tomar cuantas precauciones estuvieron a su alcance, no consiguió su objetivo, por lo que el número (tal como había pronosticado Quales) resultó conspicuo. O, lo que es lo mismo, ilustre, visible... sobresaliente. Sobre todo, sobresaliente.
Es tradición aceptar que saltar desde la azotea de un edificio hasta la de otro próximo, volando sobre el vacío, es una tarea que debe encomendarse a profesionales. Algunos sostienen que solo es una excusa para lucir sombreros de paja trenzada y estilo vaquero, aunque mi amigo Miguel Ángel se limitase a decir que estaban de moda. Yo me inclino por lo de la excusa.
Porque uno (una también) puede huir de la verdad, incluso de sí mismo, pero resulta imposible hacerlo de una mentira categórica que hemos hecho pasar por verdad durante años. De eso no hay quien huya, por muy far que esté el West.
Keren Ann cantaba "I'm not going anywhere". Y lo hacía casi susurrando, tal vez para evitar que quien no sabía si arrepentirse o no de algo escuchase su canción. Al final no se arrepintió: hizo, por triplicado, cuanto había que hacer, demostrando que Quales sabía muy bien lo que decía, tantos siglos atrás.
Abajo, en la distancia, la ciudad dormía. Arriba, otra ciudad más pequeña y más alegre, se mantenía despierta, con sus altísimas palmeras montando guardia a lo largo del bulevar. Las dos sabían que el océano estaba cerca, pero no alcanzaban a verlo.
"Go West, young lady", reían todas de día. Pero las noches eran blancas, largas o cortas, pero blancas, absolutamente blancas: 505/615/505. ¿Cómo serían, en la antigüedad, las noches de Mileto, la más grande y rica de las ciudades griegas? Hace mucho tiempo, digamos en el siglo VII a. C., las noches de agosto en aquella costa del Egeo, bajo el dominante brillo de Sirio, debían ser impresionantes, extraordinarias...
Cien años después llegaron los persas y todo cambió. Como aquí, en este West que era far y era next. Porque cuando llega alguien inesperado, todo se revuelve, las risas desaparecen tras la cena y las noches se vuelven blancas.
Con el ánimo transfigurado, las aves diurnas resplandecen en la noche, convertidas en quirópteros blancos, ya despojadas de sus fingidas plumas incandescentes. Y así, rebelándose contra contra su propia naturaleza, contra la historia... maldicen su entrega a la voluntad de un destino que siempre les fue ajeno. Un destino fatal, sí, fatal, y que ya llevan tatuado en el corazón para toda la eternidad.
"Go West, young lady, go West", llegaba a sus oídos como una suave melodía, transportada por la leve y templada brisa que entraba en la habitación por esa ventana que no había tenido fuerzas para cerrar del todo.
"Go West, young lady", seguía oyendo. Pero ella ya estaba allí.
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