lunes, 11 de noviembre de 2019

Amores subjuntivos

Amar es uno de esos pocos verbos en los que el subjuntivo es más frecuente que el indicativo. Puede que sea una pena, pero es así. 

Amar, lo que se dice amar, se ama poco. Pero ame, amara, amase o hubiese amado, tienen una permanente vigencia en el comportamiento humano.
Sin embargo, es un verbo que se conjuga mal en el lenguaje habitual y mucho peor en el pensamiento. Se abusa mucho de un indicativo 'de boquilla' (a veces, incluso, sin mala intención), cuando casi siempre expresa un proceso o estado (no digamos ya una acción) que no pasa de ser hipotético, dudoso o posible. Y, en ciertas ocasiones (las menos), deseado.

El modo indicativo se supone que expresa hechos reales, situaciones verdaderas; algo que se produce de forma incierta en un gran número de ocasiones, si es el verbo amar el que estamos utilizando.
Bien es cierto, eso sí, que suele usarse con propiedad (aunque no se expresa, porque no queda bien) en el modo reflexivo. En este caso, predomina la primera persona del singular del presente de indicativo. Y esta realidad no deja de ser curiosa, ya que 'amar' no es, en principio, un verbo de naturaleza intrínsecamente reflexiva, como 'despertar', por ejemplo.

Sea como fuere, muchos se aman a sí mismos. No es algo que, sea malo, desde luego, pero si el amor se termina aquí, puede que no esté funcionando bien del todo.
Las madres son una excepción generalizada a este problema, ya que todas (o casi todas) aman a sus hijos. Claro que es un caso relativo, porque los hijos no dejan de ser una extensión de los padres (y, en particular, de la madre). Creo que no cuenta en el proceso de estas consideraciones.

En el terreno de las relaciones entre ambos sexos, aparte de las paterno/materno-filiales, el subjuntivo del verbo amar se impone por amplia mayoría. El indicativo escasea tanto que obliga a que la forma reflexiva, antes mencionada, sea utilizada, a veces, como paliativo. Y dice un célebre filósofo que su uso es diferente en masculino del que es más común en femenino.
–No me ama –piensa ella con más frecuencia.
–Me ama –se dice él a sí mismo.
Si el famoso filósofo acierta, podríamos pensar que la primera frase refleja inseguridad y la segunda, lo contrario.
Pero no siempre es así. Todos conocemos situaciones en las que la negación sirve para justificar un uso subjuntivo continuado del verbo amar. La forma negativa de la tercera persona del singular del presente de indicativo, utilizada con el pronombre personal 'me', proporciona un abanico de posibilidades subjuntivas casi ilimitadas.
Y también sabemos de muchos que se repiten, a ellos mismos, la segunda frase para reafirmar su maltrecha autoestima (situación que suele estar muy mal vista entre los hombres).

De una forma u otra, podemos concluir sin temor a equivocarnos que el uso reflexivo del verbo amar (y el de sus sinónimos) es muy socorrido. Asimismo, es evidente que su forma subjuntiva sustituye con éxito a la indicativa, hasta tal punto, que reemplaza, en la práctica, incluso a su descripción académica convencional.

–¿Me quieres? –preguntó él.
–Sí... subjuntivamente, claro –respondió ella.

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