jueves, 21 de marzo de 2019

Dulcísimos venenos

La eficacia de los venenos suele variar con la estación del año. Es un fenómeno poco conocido porque casi todos los que dedicaron mucho tiempo a su estudio han fallecido por causas un tanto confusas.

–Muerte natural –dijo el profesor Pavlovsky, tras examinar el cadáver de su compañero, el doctor Hassler, que permanecía tendido sobre el suelo de su laboratorio.
–¿Cómo lo sabe, profesor? –inquirió Frida, la ayudante de ambos, con su característico acento del sur de Hessen, que tanto desagradaba a Pavlovsky.
–Es obvio, Frida –respondió el científico–, no cabe otra interpretación posible. Encárguese de que se proceda a la incineración del cadáver a la mayor brevedad. Hay que evitar cualquier riesgo.

Escenas como esta se repitieron, durante décadas, en diversos centros de investigación toxicológica de reconocida reputación, como el JRJ28 o el Brasilave, en los que, a lo largo de los años, se estudiaron los efectos de diversas sustancias, así como las consiguientes y sucesivas reacciones psicosomáticas producidas por ellas.

Se constató, sin el menor margen de duda, que, en invierno, determinado tipo de té, aromatizado con el extracto de una rara variedad de una subfamilia de las fabaceae, concretamente, la que conocemos vulgarmente como mimosoideae sensitiva (no confundir con la pudica), era capaz de producir un veneno de cualidades tóxicas tan singulares que llevaron al cierre de los centros en los que se practicaron los experimentos, provocando la dispersión de los recursos y el consiguiente establecimiento de prácticas itinerantes, de difícil control y diagnóstico. 
Bien es cierto que, pese a la volatilidad de estos nuevos métodos, cuya fiabilidad clínica no pudo ser documentada correctamente, quedó claro que, en verano, la alcalaína alcanzaba niveles máximos de toxicidad, cuya aplicación sistemática resultaba casi tan nociva como la detectada en los venenos invernales.

¿Por qué estas categóricas conclusiones no llegaron a salir a la luz con la debida claridad?
Nunca se sabrá con seguridad, pero, desde un tiempo a esta parte, no han dejado de escucharse insistentes rumores relacionados con los poderosos lobbies químicos que controlan, a nivel global, la producción de arsénico, cicuta y cianuro, quienes hubiesen visto peligrar la hegemonía de un trust industrial más influyente que cualquier otro grupo de presión de los muchos que existen en el mundo actual.

Además, pensándolo bien, Pavlovsky tenía razón. Era, de todo punto, 'natural' que el pobre Hassler hubiese fallecido tras haber ingerido durante todo el otoño y parte del invierno, día tras día, la infusión de mimosoideae sensitiva que él mismo preparaba. Y la tomaba con gusto, porque no hay que olvidar una característica común a ambos venenos: tanto la mimosoideae como la alcalaína tienen un excelente sabor. Los dos son dulces (aunque nada empalagosos) y contienen un componente adictivo que es fundamental para consumar su letal eficacia. 
El primero te reconforta en invierno, proporcionando al organismo la energía física y el vigor anímico que la estación fría demanda; mientras que el segundo refresca mente y espíritu, a la vez que alimenta las habituales ilusiones del estío. Bien administrados, son infalibles.


Frida fue diligente en su labor. La ceremonia fue rápida y discreta. Y es justo reconocer que la expresión de felicidad que irradiaba el rictus de Hassler hizo más llevaderos los preparativos fúnebres.
Pavlovsky y Frida, únicos asistentes a la incineración, percibieron con claridad una ligera y dulce fragancia, desprendida de los restos del doctor Hassler durante la cremación. De hecho, Frida comentó, en voz baja:
–Huele a mimosas, profesor Pavlovsky.
A lo que él replicó, con la mirada perdida en el infinito:
–No, Frida, ese olor dulce que ahora sentimos viene de muy lejos... yo diría que nos llega desde aquella época en la que todavía creíamos que no había fuerza en el universo con suficiente poder para desbaratar los sueños. 
–Estábamos muy equivocados –murmuró, entre dientes, Frida.

Y el viejo profesor, inspirando lenta y profundamente aquel dulcísimo perfume que inundaba el ambiente, dio media vuelta y, encaminándose a la salida del crematorio, sentenció:
–Arroje las cenizas al Main y tómese la tarde libre. Mañana será otro día.

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