viernes, 11 de agosto de 2017

Madre e hija

Me encontré a la hija de Martine en la terraza del Café du Commerce. Estaba charlando animadamente con una amiga y no me reconoció, así que tuve tiempo para observar la escena y, casi sin quererlo, reflexionar sobre algo de tan poca trascendencia como lo que sucedía a mi alrededor en aquel après-midi veraniego.
La hija de Martine era un poco más morena que su madre y tanto ella como su amiga se movían, mientras hablaban, con ademanes que me parecieron acelerados. Tal vez iban maquilladas en exceso, aunque esta apreciación no deja de ser siempre subjetiva y, en este caso, motivada porque era imposible no fijarse en las más que impecables uñas de ambas (demasiado perfectas, en mi opinión personal). Claro que todo esto era, sin duda, consecuencia de que mi subconsciente comparaba a la hija con la madre, provocando una improvisada competencia, tan inútil como injusta.

Martine era, creo recordar, más atractiva y natural que su hija. Los cuarenta años transcurridos desde nuestro primer encuentro jugaban, desde luego, a favor de la madre, como también lo hacían el lugar y las circunstancias en los que se produjeron aquellos lejanos acontecimientos.

Una concurrida terraza, cubierta por múltiples sombrillas rojas, bajo cuya protección brillaban innumerables bombillas encendidas a plena luz del día, nos rodeaba, creando un ambiente distendido, en el que la hija de Martine y su amiga intercambiaban confidencias (de poca o nula gravedad, por el aspecto risueño de sus rostros) mientras cada una bebía su Coca-Cola, directamente de la botella, con la ayuda de sus respectivas pajitas. 

Es difícil juzgar a los jóvenes de hoy. Siempre nos parece que su actitud es más superflua que la nuestra a su edad, aunque lo más probable es que nuestros mayores pensaran lo mismo de nosotros en su momento. Pero Martine no era así. Era una profesional resuelta y eficaz, que resolvía sus problemas con decisión. Su mirada reflejaba seguridad y determinación. Cuando la conocí me dio la impresión de que se daba a sí misma poco margen para dudar: sabía lo que quería. Tenía un buen trabajo en París y acabó viviendo en una capital de provincia. ¿Por qué? Nunca se lo he preguntado. La vida no es fácil y puede que algunas ilusiones se vayan desnaturalizando por el camino, a medida que el tiempo va haciendo estragos en tus planes, en tus proyectos. "Solo los muy ricos llegan a viejos con algo más que recuerdos", asegura un amigo mío. Y añade: "Cuando digo muy ricos quiero decir que poseen muchas riquezas, claro, pero no necesariamente económicas".

El caso es que la hija de Martine es una mujer actual. No podía ser de otra manera. 
Además, es guapa, alta, delgada, tiene un gesto inteligente y parece simpática. Viste impecable y no se aprecia en su comportamiento ningún síntoma que no se corresponda con los de una existencia feliz. No parece agobiada por nada importante y me atrevería a decir que no tiene más problemas que los habituales de una persona normal, esos con los que uno se encuentra todos los días. Es una chica envidiable, capaz de triunfar y con una larga y prometedora trayectoria por delante. Seguro que es una mujer de éxito...

Madres e hijas, el dilema que no cesa. ¿Es la juventud un valor en sí mismo? ¿Tienen las hijas la obligación de ser mejores que sus madres? Yo no lo sé. Y supongo que no es bueno generalizar, pese a que se trate de un conflicto eterno. Pero de lo que no me cabe la menor duda es de que Martine me gusta más que su hija. Lo siento.

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