sábado, 15 de julio de 2017

Efimérides

En la vida de todas las personas se producen acontecimientos de apariencia tan notable que, en un primer momento, se piensa que van a ser recordados posteriormente cada vez que llegue su aniversario. Algunos de ellos, incluso, quedan registrados en libros, comentarios y agendas, públicos o privados. Y llega a suponerse, cuando suceden, que se conmemorarán año tras año, por los siglos de los siglos (expresión que, llevada al régimen particular de cada uno de nosotros, viene a significar 'hasta el fin de nuestros días').

Sin embargo, con el transcurso del tiempo, se van decantado aquellos que perduran, mientras que se volatilizan de la memoria los que de duraderos no tenían más que la presunción. Un proceso de destilación natural e inexorable que otorga a cada momento vivido la dimensión que, verdaderamente, le corresponde.

Suele resultar curioso como ciertos hechos, percibidos en su momento como trascendentes,  se evaporan de nuestra consciencia, cuando otros, condensados por ese alambique inmaterial que todos llevamos dentro, no solo se quedan para siempre sino que, a veces, resurgen con una notoriedad que era inimaginable en el instante en el que fueron vividos.

Bien es cierto que la actitud de determinadas personas resulta fundamental para la calificación definitiva de las efemérides. En este orden de cosas (y como consecuencia de ciertos comportamientos ante eventos de indiscutible importancia objetiva), se llega a producir una circunstancia, muy llamativa a mi entender, que entrelaza el recuerdo y el olvido, creando un nuevo estado de atención que posee las características de uno y otro. Es lo que yo denomino efimérides, y que no es más que la combinación de lo efímero con lo duradero. Un buen número de miembros de la raza humana padece (o disfruta) en su personalidad de este rasgo, tan singular en apariencia.

Hay quien dice que es un don adquirido con la práctica y el concienzudo entrenamiento, pero la mayoría de los expertos, se inclinan por asegurar que es innato. 

¿En qué consiste? Pues en algo muy fácil de explicar, pero complicado de practicar (salvo que se pertenezca al selecto grupo de los efiméridos). Se trata de conservar intactos en la mente sucesos fundamentales de la vida, así como sus fechas, pero ungidos con un matiz dogmático (básico e innegable, por tanto) que les confiere la paradójica doble condición de ser duraderos y efímeros, a un tiempo.

El efimérido (dícese del individuo que practica la efimérides con asiduidad) no olvida, ya que sería una demostración de fragilidad intelectual que solo exhibe ante determinadas audiencias, pero convierte en fugaz lo permanente, con el fin de que su evocación no deje huella.

Desde mi punto de vista, no es recomendable extender el efimeridismo (reconociendo, eso sí, sus múltiples ventajas para los escogidos miembros de este movimiento universal), porque conduce a la desnaturalización de la verdad positiva, tan perseguida por filósofos como el padre Mindán. Puede que por esta misma razón, don Mariano Castillo y Ocsiero se decidiese a lanzar su celebérrimo Calendario Zaragozano (yo prefiero el Zamorano, por ser su creador buen amigo mío, sin desmerecer, desde luego, al del famoso astrólogo aragonés).

Y sí, aun a riesgo de que salga un poco caro, recomiendo regalar uno, en prueba de buena voluntad, a todos los efiméridos con los que nos vayamos topando por ahí, esos que desnudan su memoria con impúdica desvergüenza para no enfrentarse a sus verdaderos sentimientos. O a la total ausencia de ellos cuando los fingieron, claro está.

No hay comentarios: