lunes, 4 de abril de 2016

Ojos fritos no ofenden

Parece que fue el ministro Calomarde quien dijo la célebre frase ("Manos blancas no ofenden") a doña Luisa Carlota de Borbón, hermana de la reina María Cristina. Fue como reacción a la sonora bofetada que la cuñada de Fernando VII propinó al encargado de obtener del rey la anulación de la Pragmática Sanción y la consecuente restauración de una Ley Sálica discutida por unos (isabelinos) y deseada por otros (carlistas).

Afortunadamente, hay quien elige otras partes de su cuerpo (menos contundentes, en principio) para expresar sus sentimientos. Los ojos, a través de distintos tipos de miradas, son bastante utilizados con este fin. A veces, los ojos están pasados por agua (cuando se llenan de lágrimas), en otras ocasiones son duros (y los párpados llegan a tener más aspecto de cáscaras que de piel) y, también (cuando se llenan de ira furibunda), pueden alcanzar un estado próximo a la fritura.

Mi profesora de inglés en el Ramiro (que era alemana), la señora Stotter, solía decir cosas tales como "Tened cuidado con vuestros vocalos" o " Si las miradas matarían...". Ella usaba estas expresiones sin darse cuenta de que sus pequeños errores tenían más trascendencia de la que podría parecer. En la primera frase, 'vocalos' hizo que se grabase en nuestra mente lo que quería transmitir (y que hubiese pasado desapercibido, así como pronto olvidado, de haber ella empleado la palabra correcta). Desde entonces, sus antiguos alumnos hemos sido muy observadores a la hora de utilizar una u otra vocal cuando nos aventurábamos en la lengua de Shakespeare, siempre procelosa en una ortografía cuyas verdaderas reglas nadie ha sido capaz de explicarnos de un modo convincente.
Pero la importante, en este caso que hoy nos ocupa, es la segunda. Aquí el incorrecto uso del condicional (mataría) en lugar del subjuntivo (matase), confiere a la expresión un tono de curiosa y singular relevancia. Con los 'ojos fritos' pasa algo parecido: están más próximos del condicional que del subjuntivo.

Hay miradas que matarían (u ofenderían) si pudiesen. Pero, por regla general, no pueden.
Cuando esas miradas se lanzan, como dardos envenenados y arrojadizos, contra quien, merece lo contrario, resultan impertinentes y, además, inadecuadas. Suelen ser reflejo de una impotencia mal contenida, como esas faltas absurdas que se hacen en un partido de fútbol cuando el infractor acaba de perder el balón por culpa de un error propio. No nos gustan.
Y no nos gustan, con independencia de la posible belleza de los ojos que las emiten. Como también consideramos inapropiadas las faltas cometidas por esta misma causa, aunque el que infringe el reglamento sea un buen jugador en condiciones normales.

Seguro que a Calomarde le miraron con 'ojos fritos' antes de abofetearle. Y, muy probablemente, él pensó algo así como 'ojos fritos no ofenden', antes de verse obligado a modificar el sujeto de su frase, una vez recibida la sonora bofetada de la blanca mano de doña Luisa Carlota.

Y es que ofender es un verbo que debe conjugarse en modo reflexivo. No ofende quien desea hacerlo, sino que la posible ofensa solo se registra por parte de quien la recibe, en función de que él se sienta o no ofendido.
Esto es bueno, porque nos permite controlar, desde nuestro propio interior, las actitudes desmedidas o injustas de los demás. En especial, las de aquellos que se dejan llevar por unas emociones con tendencia a dar prioridad a los sentimientos egoístas sobre los criterios objetivos. De igual modo, sirven para contrarrestar el exceso de subjetividad ajena con un mecanismo de defensa natural ante una desmedida agresividad externa.

Ya lo dijo Gutierre de Cetina: "... ya que así me miráis, miradme al menos".

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