domingo, 17 de abril de 2016

Los que no se rinden

Hay gente que no se rinde nunca. Son como esos árboles, viejos, secos y desnudos, que se mantienen en pie, desafiando a un destino adverso, sin ceder ante el permanente invierno que les acecha.

Pero esa tenacidad no se ve siempre recompensada con el éxito. Tal vez, esto sea consecuencia de las múltiples adversidades a las que pueden estar enfrentados.
En ocasiones, les pasa como a Hamlet: soportan los latigazos y los insultos del tiempo, la injusticia del opresor, la soberbia del orgulloso, el dolor penetrante de un amor despreciado, la tardanza de la ley, la insolencia del poder...
Sin embargo, en otras, sufren algo que puede llegar a ser mucho más duro: la infinita amargura causada por la traición.

Es en este segundo caso cuando resistir es más difícil. El árbol que nunca se rinde puede llegar a soportar la violencia del rayo, sin caer destruido sobre la tierra ennegrecida por el fuego, pero es poco probable que sea capaz de soportar, sin desfallecer, los secos hachazos de la deslealtad. Pese a todo, hay quien lo logra.
Por lo general, los árboles que no se rinden son aquellos que cuentan con firmes y profundas raíces, algo que es independiente de su tamaño e, incluso, de su fuerza. 
Y, desde luego, también es ajeno a la edad, aunque, en general, los mayores suelen aguantar mejor los envites adversos de la fortuna y otras inclemencias, más o menos naturales.

A mí me gusta ver cómo esos árboles, erguidos y nobles, permanecen atentos, en lo alto de un otero y con su silueta recortada sobre un fondo de niebla nada tranquilizador, dispuestos a mantener una lucha pacífica contra todo aquello que se opone a la verdad. Una verdad que no palidece ante los engañosos agravios de quien solo ve en su tronco, ya oscurecido por el paso de la vida, una eficaz reserva de leña para las largas noches de soledad.

No quiere decir todo esto que quienes no se rinden sean infalibles. Ni mucho menos. Hasta los árboles cometen errores. Es algo propio de la condición humana... digo vegetal. Los que no se dan por vencidos lo saben muy bien, como, de igual modo, son conscientes de que la constancia es una virtud sustancial (y poco frecuente). Sus poseedores cuentan con una ventaja de enorme importancia en estos tiempos de volubilidad casi absoluta, en los que algunos (árboles y personas) modifican su comportamiento con una ligereza impropia de quien debería estar bien asentado sobre la tierra.

Así es el mundo. Y así es la vida de los árboles, de los hombres. Demasiado fugaz como para no resistir cuando hay una causa que merece la pena de por medio.

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