martes, 3 de noviembre de 2015

Un palco en La Scala

El palco era de su propiedad. Pero, como ella, no había vuelto al gran teatro desde hacía mucho, así que, aquel día, a él también le pareció precioso y emocionante, aunque lo más probable es que fuese por motivos diferentes.

Los palcos en La Scala son mucho más que un lugar desde el que ver y oír una representación de ópera. Desde ellos se observa la vida. La vida que es y la que fue, la que pudo ser y la que nunca será. Futuro, presente y pasado (en ese orden) son parte sustancial del espectáculo.
En La Scala solo los artistas miran hacia arriba. El público no. Hacerlo es como incurrir en una desobediencia a esa ley no escrita que lleva a cualquier Edith a convertirse en estatua de sal, porque siempre hay un castigo divino para la curiosidad desordenada.

Lot, ya viejo, no quiso mirar tras él y enfrentarse con la imagen de una Sodoma maldita, cuyo recuerdo solo podía traer nuevas desgracias. Por eso, miró hacia el escenario y, sin apartar los ojos ni los oídos de lo que en él sucedía, escuchó, una vez más, esa música eterna que nunca se olvida. Lot no sabía, claro, lo que sus hijas, en connivencia con el destino, le tenían reservado.
¿Habría, al menos, cincuenta justos en aquel patio de butacas? Lot lo ignoraba, pero Sodoma era su ciudad y no quería verla destruida. Puede que, en atención a este deseo, Yahveh le prohibiese mirar atrás. Edith sí lo hizo y de nada le sirvió aplaudir a rabiar cuando la mezzosoprano Dalila cantó su 'Mon coeur s'ouvre à ta voix' o Carmen su 'L'amour est un oiseau rebelle', que vienen a ser lo mismo.
Probablemente, de su condición de estatua de sal viene esa afirmación, tan repetida, de que todo permanece inalterable a su alrededor. Para las estatuas pocas cosas cambian, aunque, si son de sal, tienen más posibilidades de evolucionar que cuando están hechas de un material más duro, como el mármol, por ejemplo.

Volviendo al palco de La Scala, nos llama la atención que su dueño piense más en la ópera de Berlín que en la de Milán y en Verdi más que en Saint-Saëns, pese a la indiscutible belleza de su 'Danse macabre'. Pero cada uno piensa en lo que piensa. La diferencia es que Lot lo dice y Edith, como buena estatua de sal, lo calla.

Es el inevitable problema de los palcos de La Scala. En algunos de ellos hay frases bíblicas escritas en sus paredes o debajo de la acolchada barandilla, cubierta de terciopelo rojo. Parece que lo más repetido son las palabras que, según las escrituras, fueron las últimas de Edith: "Me alegro mucho de que seas feliz, Lot". Como todos los que conocemos el capítulo 19 del Génesis sabemos, cuando Lot preguntó por su felicidad a Edith ya era demasiado tarde.

Lot partió hacia Zoar, sin mirar atrás. Y cuando llegó, el sol volvió a salir sobre la tierra.

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