miércoles, 10 de julio de 2013

Armisticios digitales

En mis tiempos, a esto lo llamábamos dar una de cal y otra de arena, pero ahora, con nuestras vidas dominadas por esas nuevas tecnologías invasoras, parece menos apropiada la tradicional y castiza forma de referirse a quienes se van, sin acabar de marcharse del todo, o, incluso, vienen para decirnos que no van a venir...

Me refiero a esas personas que fingen lo que no sienten sin llegar a simularlo de forma clara, desde luego, ya que su actitud semifingida les permite adoptar cualquier postura ulterior con la seguridad de no correr el riesgo de contradecirse de forma explícita.
Esto que digo puede parecer algo confuso y, hasta aquellos que lo entiendan, podrían pensar que el comportamiento al que hago referencia representaría un esfuerzo de poca utilidad y excesiva sofisticación para quien lo acometiese, en comparación con lo que pudiera obtener a cambio el semifingidor aludido.
Nada de eso. Para los profesionales del diletantismo sentimental, este método les proporciona no solo un gran placer, sino la oportunidad de materializar una provocación, blanqueada con la aparente inocencia que barniza a los que parecen preocuparse por el prójimo con la edulcorada displicencia de quienes hacen gala de esas elevadas dosis de desinterés por los negocios propios, características de los espíritus sublimes. Si, además, se escoge bien la efeméride que ampara la intervención, el éxito está casi asegurado.

No hace mucho, se hacían las paces con un abrazo, un beso o un apretón de manos (lo que no evitaba los riesgos, que todos conocemos gracias a los muchos ejemplos que la historia y la experiencia nos han mostrado), pero ahora existe un medio más frío, electrónico y distante, que permite semifingir mejor, al estar amparado en la estoica naturaleza de las máquinas modernas.

Yo lo recomiendo, decididamente, a todos aquellos semifingidores noveles, poco avezados en el arte de simular relativamente lo que no es, que utilicen la cibernética contemporánea para medioexpresar sentimientos y/o emociones que no convenga especificar en exceso. En otras palabras, y actualizando una terminología que ya se está quedando un tanto obsoleta, les animo a que naveguen sin mojarse por la red para transmitir sus profilácticos mensajes encapsulados a los destinatarios de los mismos. O sea, que naden y guarden la ropa digitalmente.

Queda feo rechazar una paz que te ofrece, con sinceridad, quien ha recibido golpes y flechas injustos y desleales... pero aceptarla, sin más, puede herir algunos orgullos instalados en la soberbia (o en la mentira alimentada por vengativos anhelos y chantajes vergonzantes), así que firmar un armisticio digital que destile esencias magnánimas y compasivas hacia el mundo, toreando casi de salón para el tendido de sombra, puede ser una brillante alternativa para un ego hambriento de onanismo sentimental autocomplaciente.

Pero cuídese bien el semifingidor de caer en un exceso de naturalidad, que debe ser medida con precisión matemática, propia de un cálculo emotivo-infinitesimal más basado en las enseñanzas de Newton o Leibniz que en las dotes escénicas de Sarah Bernhardt (siendo estas fundamentales, sin duda). El virtuoso manejo del silencio, alternado con una escritura precisa y económica, que hiciera las delicias del mismísimo Samuel Morse, es complemento indispensable para aparentar una inequívoca, aunque controlada, voluntad de paz, sin caer en el error de demostrarla con hechos.

Bienvenidos sean estos nuevos medios digitales que tanta flexibilidad y protección brindan a los perpetuos semifingidores de paz. Esos que nunca darán un abrazo sincero y generoso en el que sea posible sentir un corazón que late en el interior del pecho.

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