martes, 4 de junio de 2013

Minúsculos baobabs

Los baobabs suelen ser árboles de gran tamaño, aunque hay quien apunta, no sin razón, que casi todo lo que crece mucho, algún día fue pequeño. Supongo que a los baobabs también les pasa.
Aparte de sus considerables dimensiones, este árbol africano tiene unas características morfológicas que le diferencian de casi todos los demás. Una de ellas es su enorme tronco de forma de botella, pero aún es más singular su curiosa y despoblada copa, que nos hace pensar que es un árbol que ha crecido al revés, con las raíces apuntando al cielo y su verdadera copa bajo tierra.

Sin embargo, no es así. Al igual que ocurre con tantas otras cosas en la vida, las apariencias engañan en el baobab.
Hay muchos baobabs humanos por ahí sueltos que nos enseñan algo que parece lo que no es. Sentimientos que simulan elevarse hacia lo más alto, con grandeza y solidez, lanzando sus falsas raíces al infinito, cuando, en realidad, esconden sus verdaderas intenciones bajo tierra.
Algunos de estos seudobaobabs también presentan una apariencia equívoca en otros aspectos de su naturaleza. Y esto puede llegar a afectar a la propia percepción de su tamaño, pues cuando creemos que algo es bueno, lo vemos más grande de lo que es. Toman ventaja estos pequeños árboles personificados de lo que simulan y, cual espejismo africano (más propio, eso sí, de zonas desérticas que del habitat nativo del baobab), aprovechan la desproporcionada y creciente percepción del ingenuo para convertirse a sus ojos en lo que no son ni nunca llegarán a ser.

¡Qué razón tenía el Principito de Saint-Exupéry! Él vio claro el peligro que representaban los baobabs en su mundo. Por eso estaba empeñado en arrancarlos cuando todavía eran arbustos.
Porque los baobabs, los baobabs humanos, son nocivos para la salud del espíritu. No hay que olvidar que el corazón de la mayoría de las personas es como un niño: siempre espera lo que desea. Eso lo coloca en clara desventaja frente a los baobabs que crecen delante de sus ojos, impasibles ante esa riqueza que no es posible comprar ni vender, pero que, a veces, se regala. Y a los baobabs que se instalan en nuestro corazón se les suele regalar.
Mientras tanto, ellos, como los del asteroide del Principito, no dejan de infestar con sus semillas los desprevenidos pericardios de sus víctimas, quienes los siguen viendo grandes, diferentes y mejores, aunque sean pequeños, comunes y peores.

Es importante eliminar de nuestras vidas a los baobabs y, para ello, hay que saber reconocerlos cuando están empezando a desarrollarse en el alma, en el corazón, en el espíritu...
Después será demasiado tarde y estaremos bloqueados por un bosque de minúsculos baobabs, que serán gigantescos para nuestro ánimo y obstruirán la voluntad. No nos será posible deshacernos de ellos y, cada noche, en la soledad del sueño, volveremos a encontrarnos con sus copas que parecen raíces que miran al cielo, con sus troncos firmes y tersos que recortan su silueta sobre el sol a la caída de la tarde... y con su terrible base clavada en lo más profundo de nuestra vida.

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