martes, 11 de junio de 2013

Sueños de cristal

Mitsuo Miura imagina recuerdos cada vez que visita el Palacio de Cristal del Retiro.
No me sorprende, la verdad, porque es un lugar que estimula los recuerdos y, también, los sueños. Una vez, hace ya mucho tiempo, pasé una noche junto al Palacio de Cristal. Fue una noche estrellada, sin luna, cuando junio aún no era ese mes diferente que, más tarde, perdería lo que le distinguía de sus once compañeros de calendario.
Las estrellas son muy luminosas cuando no hay luna. Y más, aún, si se reflejan en un pequeño y tranquilo lago como el que reposa bajo las escaleras que acceden al palacio que construyera Ricardo Velázquez en el ya muy lejano 1887. A mí me gusta recordar que el cristalino palacio madrileño tuvo un hermano mayor en Hyde Park. Un hermano que murió, desterrado, en un fatídico incendio. ¿Cómo pueden arder el hierro y el cristal?, me pregunto con frecuencia...

Soñar en esas circunstancias es muy fácil. Se escucha siempre una música dulce y suave, entrecortada, en aquel tiempo, con el rugido de algún león perezoso de la no muy distante Casa de Fieras, un león que, encerrado en su pequeña jaula, añoraba, sin duda, la inmensa sabana del Serengeti.
Ahora no quiero volver. ¿Para qué? ¿Para imaginar recuerdos invisibles como el artista japonés? Algunos sueños, igual que el palacio, son de cristal. Demasiado frágiles, a pesar de la sólida estructura sobre la que unos y otro fueron construidos.

Miura ve columnas en el interior del Palacio de Cristal. El otro Miura, Miguel, veía, a través de los ojos de uno de sus personajes, las diminutas lucecitas del puerto. Y se las enseñaba, desde el balcón de su hotel, a cuantos huéspedes ocupaban su mejor habitación... aunque, en realidad, don Rosario (que así se llamaba el personaje) no veía nada, a causa de su vista débil.
Eso pasa porque todos queremos ver lo que un día nos gustó. Y, a veces, lo vemos... aunque tengamos la vista débil... o la memoria, que es un mal muy frecuente.

A mí se me ocurre que, tal vez, fueron esos sueños frágiles, pero intensos, los que provocaron el imposible incendio del hermano mayor londinense de nuestro palacio. Claro que también es probable que alguien destruyese, intencionadamente, el Crystal Palace para borrarlo de su recuerdo para siempre.

En el paseo que bordea el lago artificial que enmarca la que, en mi opinión, es la más bella imagen del Retiro madrileño hay una pequeña gruta, que nos recuerda a la vecina jaula del oso pardo, hoy ya vacía, por la que me gustaba pasar entonces, cada vez que visitaba mi rincón favorito del parque. Pero, sin duda, la escalera que se sumerge en el lago es su detalle más especial. Por ella bajaban, cada noche de junio, las intangibles ninfas del estanque, saliendo de la imaginación del poeta... o del fantasmagórico invernadero que acogió a la tropical flora filipina cuando aquellas islas aún eran españolas.

Los sueños suelen ser de cristal, sí. Es una de sus características más notables y frecuentes. Por eso no es raro que muchos se hayan quedado encerrados en este palacio. Los sueños nacen con vocación de ser efímeros, como el Palacio de Cristal del Retiro, pero ocurre que, en ocasiones, se quedan con nosotros para siempre.
Lo mismo le pasó a esa gran estructura, etérea y transparente, que nos devuelve a esas noches sin luna que duermen en el alma de los que no se han dejado atrapar por el silencio del orgullo.

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