miércoles, 21 de marzo de 2012

Uno de tantos

Bagshot Egham fue uno de tantos.
Creyó (¡pobre iluso!), como casi todos, que él era especial. Durante muchos años pensó que lo que a él se le ofrecía y, en apariencia, se le entregaba sin malicia era auténtico. No como a los demás, a quienes les llegó de estraperlo o, si acaso, por juego, divertimento o simple azar del inconstante destino.
Incluso pensó que cuando visitó, en un lluvioso marzo de 1894, aquel pequeño pueblo de Inglaterra fue porque él y no otro había sido el elegido. Nunca hubiese podido imaginar que era, tan solo, uno más... uno de tantos.
Surrey era un condado amable, verde y tranquilo. La persistente lluvia no era más que un pequeño inconveniente que apenas podía empañar el indiscutible hecho de ser el único protagonista de un papel al que tantos aspirantes habían opositado con efímero éxito.
Así, desconocedor de su gran error, Bagshot avanzó por la campiña inglesa con la misma falta de cobertura con la que Cortés lo hiciera, en su día, por las hostiles tierras mexicas: sin barcos esperándole en el puerto para hacer posible una retirada. Pero la Malinche de Egham estaba mucho mejor programada mentalmente que doña Marina.

¡Cuántos, como Bagshot Egham, viven creyéndose diferentes y no son más que hojas desprendidas del árbol del interés, a las que, tarde o temprano, se llevará el viento!
Es difícil que quien ha hecho de su trayectoria un modelo de egoísmo indiferente cambie y entregue de verdad un órgano que solo presta con usura y sin derecho a usufructo. A veces, una ramita de olivo en la boca llega a producir confusión. No sé por qué la interpretamos como símbolo de paz cuando, en su origen, solo sirvió para indicarnos el fin del diluvio.
La paz precisa de algo más. Hay que dar algún paso, aunque sea pequeño. Bagshot siempre quiso la paz. Hasta en los momentos más difíciles. Y no dejó de dar pruebas de ello. Sin embargo, es bien sabido que la paz no se puede firmar unilateralmente.
Hoy la lluvia lejana de Surrey vuelve más helada que a finales del luminoso siglo XIX. Otra paradoja de un cambio climático invertido en algunos corazones, siempre fríos por dentro y con pericardio templado por las circunstancias.

Los hombres pasamos por la vida con la vana esperanza de ser mejores que los demás a los ojos ajenos. Sobre todo a aquellos ojos que se llevan prendidos en la solapa. Pero las violeteras profesionales tienen alfileres de sobra. Ya lo dice la canción: son aves precursoras de primavera. De una primavera congelada en el tiempo, que coloca ramitos de olivo en el pecho de tantos viandantes como pasan a su lado. Aunque algunos paseantes, como el pobre Bagshot Egham, los tengan clavados con alfileres tan largos que atraviesan el corazón.

Uno de tantos, Bagshot... uno de tantos.

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