viernes, 13 de abril de 2012

Trigéminos perversos

Cuando en 1929 el doctor Asuero convirtió al trigémino en el suceso médico del año, muchos descubrieron la existencia de este nervio de nombre tan sugerente.
Hoy, tanto tiempo después y con la asueroterapia postergada al más absoluto de los olvidos colectivos, todos conocemos bien su existencia y funciones. Nadie discute su importancia como principal nervio sensitivo de la cabeza, aunque el revolucionario tratamiento ideado por Asuero haya vuelto a ser sustituido, desde hace más de ocho décadas, por fisioterapeutas, quiroprácticos y traumatólogos especializados, una vez fulminado el peligroso éxito de su creador.
Con independencia del juicio clínico que pueda merecer la doctrina del doctor Asuero, fue indiscutible su éxito popular y mediático, como también lo fue el revuelo que se produjo entre la clase médica establecida. Muchos balnearios vieron en riesgo su negocio y hasta las peregrinaciones a Lourdes sufrieron un serio retroceso, cediendo parte de su milagrosa esperanza ante la creyente multitud que acudía en masa a visitar a Asuero en su consulta donostiarra.

Pero no todos los trigéminos son del mismo tipo.
Existen, incluso, trigéminos espirituales robotizados, muy apropiados para situaciones delicadas en la vida sentimental de algunas personas. Hay quien, llegado el momento, desvía sus impulsos emocionales por el conducto adecuado, manteniendo el control necesario de cada órgano o músculo, según lo requieran las circunstancias.
Conocí a una persona experta en estas técnicas trigéminomentales. Las ramas oftálmica y maxilar de su trigémino mecanizado evitaban el más mínimo parpadeo mientras la mandibular transmitía órdenes a su lengua para perforar la verdad con siniestra eficacia. Sus mejillas, bien dirigidas por el nervio maxilar, mantenían su color natural, sin enrojecerse lo más mínimo ante la metódica falacia de su verbo. Y las tres ramificaciones de su trigémino eran capaces de simultanear la transmisión de una orden común que resultaba en el imprescindible rictus hierático de un rostro que ayudaba a dotar de serena solemnidad a la falsedad de sus palabras.

Son los que yo llamo trigéminos perversos. Trigéminos cuya punción no cura enfermedades ni devuelve la movilidad a quienes la tienen perdida o disminuida, sino que sirven para modular los sentimientos en función de las conveniencias, liberándolos hoy y secuestrándolos mañana, que no siempre sopla el viento de la misma latitud ni con la misma intensidad.
Hoy, con el paso de los años, creo que Asuero (dominado, tal vez, por el ímpetu de su efímero éxito) no reparó en que estaba dando pistas a personas depredadoras de espíritu, que triunfaron como domadoras de trigéminos, destruyendo sentimientos y escarneciendo la lealtad.

Es posible, sin embargo, que sigan existiendo soñadores a la espera del descubrimiento de un nuevo tipo de asueroterapia, capaz de punzar con eficacia el trigémino perverso de quienes renunciaron a la vida para aferrarse a la materia.
Aunque también es probable que solo sean fantasías perdidas en la memoria. Eso que algunos llaman sueños olvidados.
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