viernes, 2 de diciembre de 2011

Viento del Este, viento del Oeste

Corría el año de 1930 cuando Pearl S. Buck escribió su primera novela, East Wind, West Wind. Probablemente, hoy sigue siendo su obra más conocida, aunque, como es lógico, yo siento una especial debilidad por La Estirpe del Dragón.
Pese a ello, el título de aquella primera obra siempre me ha fascinado.
Todos saben que Buck vivió muchos años en China, en tiempos difíciles, y eso fue la causa de que varias de sus novelas se desarrollasen en aquella lejana y milenaria tierra.

En realidad, esa influencia tiránica de dos mundos tan diferentes, que es el eje de su narración, es habitual en casi todas las facetas de la vida. Siempre tenemos dos fuerzas (más de dos, a veces) que nos empujan, cada una en una dirección diferente. O, mejor dicho, en la misma dirección, pero en sentidos opuestos.
El verdadero calendario, ése cuyas profundas muescas atraviesan el pecho sin miramientos, es tan perpetuo y atemporal como nuestra empobrecida memoria. Por eso, entre un gigantesco círculo londinense y una noche lisboeta que nunca existió, queda el hueco exacto para un enorme 29 que este año se convierte en 23 y que me recuerda que entonces eran 27.

El viento de los sentimientos siempre viene del Este. Nos guste o no, es así. Quien ha tenido durante muchos años sus emociones volando en una cometa lo sabe a ciencia cierta. Y es verdad que del Oeste llega otro viento dulce y suave, de efectos anestésicos, pero no hay nada que hacer. De poco sirve esa falacia recurrente con la que tratamos de adormecernos, fingiendo una lucha inexistente entre cabeza y corazón. Es el mal llamado corazón el que nos guía. La supuesta cabeza no es más que nuestro particular argumentario, organizado con mejor o peor habilidad y fortuna, para justificar nuestra incapacidad en la casi imposible tarea de asumir la propia realidad.

En la ya octogenaria novela que da título a esta reflexión, Kwei-Lan sufre en silencio por no ser capaz de rebelarse contra lo establecido. Está atrapada entre dos mundos tan distintos como intransigentes. El concepto libertad no deja de ser una forma subjetiva de juzgar las alternativas vitales.
En los tiempos actuales, las kwei-lans de nuestros días también acaban dejándose llevar por ese viento del Oeste, monótono e irrelevante, pero mucho menos peligroso que el que hacía volar tan altas sus cometas.
Yo no creo que sea el vértigo, como asegura el viejo proverbio chino, el que hace que sea el viento más débil el que las arrastra. Para mí sigue siendo un misterio que las más elementales leyes de la física se desbaraten, sin remedio, cuando se presenta el ineludible dilema ante las kwei-lans contemporáneas, tan modernas ellas, eso sí.
Mi modesta teoría (desde luego, carente aún de confirmación científica) es que ese flojo viento del Oeste sopla a ras de suelo, mientras que el poderoso viento del Este vuela demasiado alto para que sean capaces de mantenerse tanto tiempo lejos de ese terreno sólido y seguro que, en última instancia, precisan las kwei-lans del 29, el 23 e, incluso, las de 27.

Ni siquiera hoy, cuando el 2 ya es un 5, se atreven. Pero da igual lo que haga Kwei-Lan: el viento del Este existe. Y seguirá soplando eternamente.
 

1 comentario:

José De Benito Buzón dijo...

Gran verdad, el viento del este no cesará nunca. Por mi parte siempre he creído que el del oeste es inestable, y en riesgo de pararse, de dejar de soplar, y el del este siempre tiende a soplar mas fuerte, en detrimento del oeste.

José María De Benito Buzón