martes, 7 de junio de 2011

Cincuenta

Parece un número, pero las apariencias pueden engañar. También lo parece el siete, si a eso vamos, cuando de todos es bien sabido que no es un guarismo, sino un roto en la tela del alma.
Algo parecido le pasa al cincuenta, pero no se repite cada año, descosiendo ilusiones y sentimientos.
Poco es un siglo... pero mucho es medio/para gastarlo en un dolor maldito,/revuelto entre mil tardes y suspiros, dice el famoso poema. Pero ya nadie hace caso a la poesía. La prosa es la que manda en la vida. La prosa del dinero, la de la venganza, la de la desidia, la de la cobardía y la de la vulgaridad. Los poemas no son más que lágrimas con forma de versos.

Y, sin embargo, la felicidad se esconde detrás de esos errores que tuvieron vocación de sonetos, de endecasílabos o, al menos, de pobres poemas de amor, como el que escribió Serrat sobre la arena cuando le olvidó el sol.

Si diciembre es frío, helado es junio, canta otro de sus versos, enredado entre nostalgias y recuerdos. Quien lo escribió no buscaba más que la paz, aunque de la lectura de tantas estrofas y relatos pudiera desprenderse otra cosa. Viendo como se van volando esas cincuenta aves, no parece que la solución sea cerrar los ojos. Seguirán volando. Diez, veinte, treinta más... ¿y qué habremos conseguido con no mirar hacia la verdad? Sólo que se vayan. Que no vuelvan. Como ya se han ido unas cuantas. Son golondrinas que no volverán.

Y me da igual que sea la Rima LII o la Rima L, porque las dos vienen a ser parte de lo mismo.
No es un día para reproches. Es un día para el recuerdo de lo bueno y el olvido de lo malo (¿hubo algo malo?). ¡Cincuenta veces cincuenta!, dijo quien nunca tuvo prisa ni miedo al tiempo. Pero el que uno no tenga prisa no justifica que quien sí la tiene, aunque finja no tenerla, siga esperando. Los paréntesis bisiestos no sirven más que para arrepentirse de ellos. El tiempo pasa y no resuelve las dudas. Lo mejor para resolverlas es la palabra. A veces, un gracias o un perdón son soluciones muy sencillas que nunca se nos ocurren, porque nos empeñamos en pensar en cosas muy raras y en imaginarnos que el otro va a hacer algo que nunca tuvo intención de hacer.
A mí no me importa decir perdón, en vez de cincuenta, pero me gustaría oír un gracias sincero y el sonido de fondo de la máquina del tiempo. No lo había dicho, pero es uno de mis mejores inventos. Consiste en volver al punto de partida sin esfuerzo. Funciona con un mecanismo muy simple: pulsando en ese botón que todos tenemos dentro del pecho. Al ponerse en marcha, se eliminan las toxinas del espíritu, a través del tubo de escape del sentido común, y se vuelve a escuchar el característico tic-tac que parecía olvidado por culpa de tanta bobada y tanta influencia externa.

Cincuenta. Una palabra que nos hace comprender que los cementerios están llenos de tozudas equivocaciones, de altivos orgullos que nunca quisieron aceptar un perdón ni decir un gracias. Llenos de poetas, delfines y dragones que siguen dormidos en la siesta de unos versos que ya no quieren recitar por empeñarse en mantener una dignidad indigna que nos mantiene engañados tras el telón de un drama que creemos fundamental para el mundo pero que, en realidad, sólo importa a dos personas.

La Rima XXX nos atormenta. Que no se salga con la suya. Insisto: cincuenta... perdón... gracias.

2 comentarios:

Pedro Vera dijo...

Amigo Paco.
Este texto lleno del perfume de tus versos prosaicos me ha hecho volar más allá de ese mágico número del medio siglo. Yo peino seis (6) décadas y en este caso no me refiero con el seis a la media docena. Son 6 grupitos de personas, con ambas manos abiertas, exigiendo justamente lo que tú pides por favor. Un "gracias", un "perdón". ¡¡Qué lejanos y olvidados aquellos días en los que dejábamos libre la acera a nuestros mayores, en los que se reunía la familia, al llegar lánguida la tarde, al fresco, a conversar con los vecinos, en que una mirada, de frente y con los ojos brillantes, nos decía un todo de lo que nuestro "reloj interno" como tú llamas, quería expresar!!
Ha cambiado la sociedad, ha cambiado la vida, pero no han cambiado lod dígitos que siguen revoltosos y van "a lo suyo". Un abrazo y gracias por este regalo.

Samael dijo...

Los números son exactos, y si son números redondos, son el colmo de la exactitud. Quizá de todos, el más exacto es precisamente 50, ignoro por qué, pero intuyo alguna de sus razones. Es la mitad de cien y todos sabemos que cien es un siglo aunque no tienen que ser necesariamente años de lo que esté compuesto el centenar.