martes, 14 de junio de 2011

Valeriano Pérez

Don Valeriano Pérez y Pérez fue un adelantado de la publicidad española. Tan adelantado fue que fundó su agencia cuando Cuba y Filipinas todavía eran colonias. Aún no había terminado el siglo XIX.

En esa agencia, pionera de la industria publicitaria española, se escribieron muchas páginas notables de nuestra profesión y por ella pasaron personajes especiales y singulares, algunos de los cuales son portadores, mucho tiempo después, de un fuego intenso y escondido que no puede morir, por más que el destino se empeñe en intentarlo.
Valeriano Pérez fue un gran innovador. Mucha gente lo sabe. Pero lo que casi nadie conoce es que fue, también, el creador de una puesta en escena sorprendente. Una dramatización cuyo secreto nadie llegó a descubrir nunca. Él lo llamó "El Club del Dragón". Valeriano organizaba cenas colectivas en las que todos los participantes, menos dos, eran meras comparsas. Sus veladas fueron famosas y muy esperadas. Cuantos asistían a ellas se creían privilegiados miembros de un grupo selecto. Sin embargo, eran simples figurantes. Atrezzo humano que servía de decorado para la actuación de los únicos protagonistas. Éstos eran dos, siempre los mismos. Sólo ellos (y Valeriano Pérez, claro) sabían que todo era un montaje.
Por desgracia, con el paso de los años, se han perdido los nombres de estas dos personas. Al parecer, tenían seudónimos en catalán... o utilizaban nombres de animales, nadie lo sabe a ciencia cierta. Ellos construyeron, con la inestimable ayuda de Valeriano Pérez, una historia misteriosa y extraordinaria, oculta al mundo, pero, a su vez, levantada delante de todos.

Hace poco, por casualidad, cayó en mis manos un papel inesperado. Uno de esos documentos que harían las delicias de mi buen amigo Sergio Rodríguez, el gran recopilador de La Historia de la Publicidad. Está datado en Madrid, un 14 de junio, pero no se ve el año. En su encabezado puede leerse: Gracias!, y habla de una de esas cenas de Valeriano Pérez. Cuenta que terminó, muy de madrugada, en algún lugar del viejo pueblo de Chamartín de la Rosa, cerca de donde, en su día, acamparon las tropas invasoras de Napoleón. Como en el escrito no puede verse el año, no sabemos si Chamartín era todavía un pueblo o ya se había convertido en un barrio de Madrid, aunque eso no es lo importante.
La reunión continuó al día siguiente, ya sin figuración. Parece que cayó en viernes, como el día en que Robinson Crusoe salvó de los caníbales a su compañero de aventuras. Y es curioso, porque, siempre según el viejo documento, también se produjo en esa fecha un rescate memorable. Un rescate que, luego, se deshizo por extraños motivos, para volver, después, a ser posible su recuperación.

No podemos estar seguros de las razones que había detrás de aquella genial invención de Valeriano Pérez, pero yo me he permitido desarrollar una teoría. Pienso que quiso crear algo nuevo, distinto, diferente a todo lo conocido hasta el momento en las relaciones entre las personas. Quiso crear una dimensión única, duradera... eterna. Una relación que fuese capaz de vencer al tiempo, a las dificultades, a los intereses, a los convencionalismos. Que pudiera superar los obstáculos más complicados. Incluso las traiciones y los ataques directos.
Es muy probable que lo consiguiese. De hecho, el documento reconoce que todo lo que rodeó aquella noche desapareció. Todo menos una cosa. Una cosa que durará siempre, que no tiene fin.

Muchas gracias, Valeriano. Sin ti ni la publicidad ni la vida serían lo mismo.

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