viernes, 7 de enero de 2011

Sobre la libertad

Es bien conocido que John Stuart Mill desarrolló una teoría de la ética social e individual tan buena como impracticable.
Su defensa de la libertad personal, sólo limitada por el principio del daño, parece moralmente intachable y, a la vez, una excelente plataforma para la demagogia. Paradojas.
Tampoco es desdeñable su planteamiento acerca de la tiranía de la mayoría, tan de actualidad siglo y medio después.

Pero no es el análisis de sus doctrinas lo que quiero abordar aquí, sino la oportunidad del título de su principal obra en unos tiempos en los que presumimos de libertad tanto como adolecemos de todo lo contrario.
Porque si nuestro siglo pretende pasar a la posteridad como el de la libertad del hombre ante la opresión de la sociedad, no lo tiene fácil.
Nos creemos libres porque tenemos una relativa libertad de expresión... y muy poco más.
La historia de la humanidad es la crónica permanente de la lucha del colectivo por someter al individuo. Religiones, costumbres, leyes, hábitos, modas... se han esforzado, a través de los milenios, por reducir a la mínima expresión los tímidos intentos libertarios individuales, colocándolos en diversos niveles de condena, en función del riesgo que pudieran presentar para el orden establecido.
Desde castigos eternos del alma hasta el vacío social, pasando por hogueras, sambenitos, cárceles, destierros, multas, censuras, críticas despiadadas y un sinfín de otros correctivos han sido aplicados por los sucesivos y diversos grupos sociales para reprimir uno de los mayores peligros a los que debe enfrentarse toda sociedad, que no es otro que el riesgo de que sus inquebrantables principios sean cuestionados y puestos en tela de juicio.

La inmensa potencia de los medios de comunicación de masas nos ha liberado de la ignorancia absoluta... al precio de sumirnos en una seudocultura generalizada de tres al cuarto que produce grima y nos lleva a que algunos envidiemos las no tan lejanas épocas en las que la verdadera cultura existía, si bien era patrimonio de una minoría.
Es posible que esta fuerza, de difícil control personal, nos esté llevando a un aborregamiento colectivo en el que, por ejemplo, las colas de los tiempos de las cartillas de racionamiento sean sustituidas por las de quienes esperan turno para comprar un roscón de reyes o por las caravanas de domingueros rumbo a la sierra...
No es baladí esta sustitución de las multitudes hambrientas por otras, económicamente desahogadas, pero menos libres que aquellas, al haber sustituido la necesidad objetiva por otra superflua y, sin embargo, imprescindible.

¿Es que vamos hacia la definitiva pérdida de la libertad? John Stuart Mill escribiría hoy una muy diferente versión de On Liberty. Le resultaría complicado mantener, ante la evidencia de la claudicación individual, que la persona es soberana sobre su propia libertad.
Más bien diría que ha renunciado, voluntaria o inconscientemente, a una libertad que la propia sociedad finge otorgarle, para tenerle preso en cuerpo y alma. Es como si, repitiendo los ejemplos anteriores, le dijera: "Eres libre para comprar roscones de reyes, así que ¡hazlo!". O: "Ya tienes coche para ir los fines de semana a la sierra, ¡vete!". Creo que el filósofo inglés definiría esta situación como "la esclavitud de la libertad". Somos tan libres que estamos esclavizados por nuestra propia libertad.

También hay quien lleva esta esclavitud hasta unas insólitas y últimas consecuencias personales, destruyendo su libertad y entregándola, hipotecada, a una causa carente de nobleza. Orgullos virulentos y oxidados suelen ser responsables de estos actos. Como la soberbia de aquella casta esposa farisea que vendió a su amante hebreo por el hecho de que la había conocido cuando ella todavía no era virgen.

Y es que, como dijo San Martín, cuando hay libertad, todo lo demás sobra.
Lo malo es que cuando casi todo lo demás sobra, como pasa en nuestros días, es muy difícil que haya libertad.

6 comentarios:

Javier Montabes dijo...

será por eso que a muchos cada vez les sobra menos...

Buena reflexión, siempre digo que nosotros eramos mucho más libres que nuestros hijos, estábamos todo el día en la calle con una bici y un balón, íbamos sólos al monte y nos hacíamos una cabaña, cenábamos un bocata en la calle y otras muchas cosas que no hemos dejado hacer a nuestros hijos a los que, sin embargo, algunos les han obligado a jugar al golf.

Gracias Paco!

Samael dijo...

esto me recuerda la simpática paradoja que un humorista ponía en boca de Manuel Fraga en tiempo de la transición: Y ahora, al que no sea libre, le obligaremos a ser libre.
TiTo

Frasesfrescas dijo...

La libertad de hoy es un culto virtual.
Saludos (algo libres), Paco.

Joan M. dijo...

Hoy, este mediodía, después de una breve e intensa introducción al Utilitarismo, y de modo particular, al Segundo Capítulo del Texto de J.S. Mill ¿Qué es el Utilitarismo?, unos preocupados alumnos me hicieron notar la "ingenuidad" del "pensador" inglés. Me interrogaron acerca de su vida, si ésta había sido consecuente con su modo de pensar, y me expresaron su perplejidad al considerar que Mill era "excesivamente optimista" respecto del ser humano. Dicho de otro modo, la posición de J. Bentham les parecía más Realista, más - diríamos - actual.

Un saludo

Joan M.

Joan M. dijo...

Hoy, este mediodía, después de una breve e intensa introducción al Utilitarismo, y de modo particular, al Segundo Capítulo del Texto de J.S. Mill ¿Qué es el Utilitarismo?, unos preocupados alumnos me hicieron notar la "ingenuidad" del "pensador" inglés. Me interrogaron acerca de su vida, si ésta había sido consecuente con su modo de pensar, y me expresaron su perplejidad al considerar que Mill era "excesivamente optimista" respecto del ser humano. Dicho de otro modo, la posición de J. Bentham les parecía más Realista, más - diríamos - actual.

Un saludo

Joan M.

Joan M. dijo...
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