miércoles, 19 de enero de 2011

Racionales, pero menos

El control de la razón ha sido siempre una de las claves para el progreso de la humanidad.
No quiero decir con esto que el cerebro no sea uno de mis órganos preferidos (creo que Woody Allen asegura que es su segundo órgano favorito). Claro que lo es. A veces, incluso, le doy (como hacemos casi todos) más importancia de la que merece.
Lo que pasa es que racionalizar en exceso es un freno para muchas cosas. Desde luego lo es para la creatividad, que necesita superar no sólo lo racional, sino, también, lo puramente emocional para llegar a ser verdaderamente innovadora. Pero también lo es para la vida diaria.

Está claro que la razón lucha contra la física y la química, aunque, en cierto modo, sea una consecuencia de ellas. Todos somos conscientes de las paradojas de la naturaleza humana.
El dominio absoluto de la razón produce insatisfacción crónica. Nos lleva hacia lo necesario, hacia lo lógico, hacia lo sensato...
Creo que atribuyen a Chéjov la afirmación de que sólo produce placer lo innecesario, aunque a mí más me parece una frase propia de Baudelaire. Sea de quien sea, plantea una cuestión inquietante y nada favorable a la dictadura de la razón pura, por mucho que le duela a Kant.

Los pioneros de la publicidad fueron genios de la intuición. Después, los grandes clásicos nos enseñaron el método. Aunque no nos transmitieron lo mejor que llevaban dentro. Eso nos lo regalaron con su trabajo. Mi generación tuvo que afanarse en encontrar el nexo de unión entre sus palabras y sus obras. Algunos lo consiguieron. Y, cuando ya estaban casi todos los moldes hechos, hubo que empezar a romperlos...
No deja de ser la historia del mundo, llevada a otro más particular y contemporáneo, pero que es fiel reflejo de la vida. De esa vida que existe fuera de la publicidad (aunque hay quien todavía no se ha dado cuenta de ello).

El uso abusivo de la razón suele darse cuando la zorra no alcanza las uvas (ya sé que el ejemplo suena un poco feo, pero no es culpa mía, sino de Esopo). La zorra empieza a racionalizar su problema tras comprobar su incapacidad para lograr lo que, realmente, perseguía.
Y el problema no es sólo que el mundo esté lleno de zorras que se explican a sí mismas el poco apetecible estado de las uvas pretendidas, sino el empeño habitual por justificar lo injustificable con sesudos argumentos, tan racionales ellos, que nos abocan a internarnos en una prisión, aparentemente voluntaria, de la que no podemos escapar sin ponernos en evidencia.

No quieren ser estas palabras un canto a la irreflexión total, ni mucho menos, sino, más bien, un recordatorio de que la inteligencia puede y debe tener otros matices que los puramente racionales. El best seller de Goleman ya nos introdujo en otra dimensión de la inteligencia, pero hay más. Y no debemos despreciar aquellas que nos acercan a nuestro origen natural.
El ser humano es como es, por mucho que quienes quieren ordenar instintos, sentimientos y cualquier otra reacción de esas que todos experimentamos a diario, nieguen su licitud.
Siempre me ha llamado la atención que el prisma de superioridad con el que miramos al pasado lejano de forma colectiva, se vuelva nostalgia y deseo de revivirlo cuando se trata del de uno mismo. Tal vez tengamos más cosas que antes, tal vez seamos más listos que antes, pero no hay duda de que en algo hemos salido perdiendo: ahora tenemos menos futuro.

"Racionales, pero animales", que decía Álvaro de la Iglesia. O, lo que viene a ser lo mismo, que hay veces en las que es de sentido común tener un poco menos de sentido común.

1 comentario:

Javier Montabes dijo...

Los enamorados puede que tengan una razón para estarlo. En cualquier caso, un enamorado muy razonable la encontrará.
Las razones más importantes son las razones irracionales, aunque Goleman no se ocupara mucho de ellas. Aquellas que la razón no entiende. Pero existen.

Gracias Paco!