miércoles, 8 de septiembre de 2010

Prohibido perder

En nuestros días casi todo está permitido.
Menos fumar y conducir a más de 120 km/h en una autopista, pocas cosas están perseguidas con verdadera severidad.
Por eso es sorprendente que una sociedad tan permisiva como la nuestra sea tan estricta en algo que no suele depender de la voluntad de los propios individuos. Las leyes divinas y humanas parecen hechas para ser transgredidas. Ética, lealtad, honradez y justicia no inspiran modelos de conducta contemporáneos. Sin embargo, sí hay algo que la sociedad de nuestros días abomina. Algo que no se perdona jamás. Algo que todos, desde muy pequeños, sabemos que está terminantemente prohibido: perder.

La nueva cultura, ya muy arraigada en todo Occidente, es la cultura del triunfo. Da igual el ámbito en el que nos movamos: el deporte, la empresa, la profesión, las relaciones personales... Todo vale, menos perder.
Desde luego, la publicidad no es una excepción. Hay que ganar a toda costa. El juego sucio está considerado como una herramienta más al servicio del fin único. Y, además, es fundamental hacer ostentación de la victoria. Conviene humillar al derrotado, evitar que pueda llegar a levantarse, por eso los pulgares de la multitud señalan, de forma indefectible, hacia abajo cuando hay un vencido sobre la arena.
Nuestros hijos nacen inmersos en esta filosofía. Todos ellos son sumergidos en la nueva laguna Estigia, para hacerles inmunes a cualquier forma de pensamiento que no siga esta doctrina universal. Muchos ni siquiera son sujetados por el talón durante el permanente ritual al que se ven sometidos de por vida.

En otros tiempos, ya lejanos, la derrota podía encerrar nobleza. No era tan importante el resultado de la lucha como la forma en la que ésta se había desarrollado. Pero hoy, el viejo Coubertin sería el hazmerreír de las masas.
Es una filosofía perversa, inhumana, más propia de la selva que de la civilización, pero es la que impera en nuestro mundo. En la sociedad de nuestros días está prohibido perder.

Pomba, la heroína de las páginas apócrifas de Os Lusíadas, ya era una seguidora acérrima de esta doctrina. Su único objetivo era vencer. Vencer por todos los medios. Por encima de cualquier principio, de cualquier valor. Ella no dudó en destruir cuanto se interpuso en su camino. Transformó las virtudes en prejuicios para poder atacarlas sin piedad. Convirtió el bien en dudas, las capas en sayos y el futuro en el vacío. Para ella, que lo tenía todo perdido, que tanto miedo tenía a la derrota, estaba prohibido perder.

Prohibido perder. La ley de la humanidad robotizada. La consigna de los zombies. El retorno al caos, al estado amorfo e indefinido anterior a la ordenación del cosmos...
Prohibido perder. No sé por qué, pero cada vez me gustan más los proscritos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues yo soy de las que piensan que perder significa que has intentado hacer las cosas de manera diferente. Y eso, a largo plazo, siempre es bueno.

Muy buen post, sí señor.

Paco González dijo...

Rectifico el comienzo de mi artículo: debería decir 110 km por hora... ;-)