martes, 21 de septiembre de 2010

El Ojo Verde

En un lugar de Madrid, de cuyo nombre no debo acordarme... hubo, hace ya muchas décadas, un viejo comercio, llamado El Ojo Verde. No era una tienda como las de ahora, no. Ni siquiera un establecimiento al uso de los tiempos. Era un sitio diferente a todos.
En El Ojo Verde se vendían muchas cosas. Desde ropa hasta herramientas, pasando por remedios caseros para infinidad de dolencias del cuerpo y del alma. También era salón de té, restaurante y biblioteca.
Cuando uno entraba en este singular establecimiento, que parecía sacado de una leyenda oriental, se sumergía en un mundo extraordinario que te cautivaba, irremediablemente, con su atmósfera indescriptible.
"Lo que te atrapa no es lo que te rodea, sino lo que llevas dentro de ti", rezaba un gran cartel que presidía el ambiente central, saliendo al paso de la sensación inevitable que te envolvía.
La misteriosa dueña del asombroso local se llamaba Flor. Nadie conocía su historia real, aunque se rumoreaba que había sobrevivido de forma milagrosa a los sucesos acaecidos en no-sé-qué guerra.
Flor era una viajera incansable. Una viajera cuya filosofía defendía que lo importante de un viaje es el viaje en sí, mientras que el destino era irrelevante. Cuentan que obligó a su marido a cambiar su vehículo por otro más lento, porque llegaba demasiado pronto a los sitios.
A mí, lo que más me gustaba era la sección de discos de himnos nacionales. Había discos con casi todos los himnos, algunos de estados que ya no existen, pero ninguno de ellos estaba correctamente identificado. Así, por ejemplo, el disco cuya carátula decía "Himno Nacional Alemán" contenía el británico, mientras que el nombre de este podía verse sobre la grabación del finlandés...
Cuando preguntabas a Flor el porqué de algo tan disparatado en apariencia, ella se limitaba a sonreír mientras contestaba: "Algún día puede que lo comprendas".
También se cambiaban cosas. Sobre todo libros y tebeos. Desde novelas de Agatha Christie hasta los Diálogos de Platón. La mayor parte de los tebeos eran de la colección "Dumbo" y a mí siempre me llamaba la atención el mismo: "La orquídea negra", una aventura de Mickey en el corazón de la jungla. La repisa superior de la estantería principal estaba ocupada por un escuadrón de la Policía Montada del Canadá, de Reamsa. Junto a ella, un mueble chino con más de cien variedades de té, todas enlatadas en notables cajas, plagadas de dragones y elefantes.
Al fondo, detrás de unas cortinas indias, estaba el despacho de Flor. Un impresionante despacho de muebles castellanos, tallados con figuras y bustos de caballeros con cascos y armaduras. Era raro que Flor te invitase a entrar en él, aunque yo procuraba mirar, de reojo, a través de los huecos entreabiertos de las cortinas y juraría haber visto un par de veces a un niño sentado a su mesa.
Lo que más sorprendía de El Ojo Verde era su gran colección de antiguos anuncios. Viejos carteles de Bénédictine, mezclados con otros de Profidén y Philips... hasta había uno de la Compañía Telefónica Nacional de España. Muchos llevaban la firma de Hijos de Valeriano Pérez.
Esta galería-museo de publicidad daba paso al restaurante: comida china salteada con las mejores pizzas de Madrid... en una época en la que ni la una ni las otras eran una oferta gastronómica habitual. "La Pizza Italia" se leía en un luminoso de neón. "Zen Central" decía un cartel más discreto, colgado frente al anterior.
Todos los días que estuve allí coincidí con dos personas. Siempre sentados en mesas alejadas. Ella me recordaba a Ilsa Lund, pero con el pelo liso. Él tenía el porte de los clientes de The Blue Parrot. El ventilador de techo, con su lento girar, completaba una escena que parecía rodada en blanco y negro. Tras el café, Ilsa desaparecía con la mirada perdida en el futuro, mientras que él se quedaba leyendo el Taiwan Post en la biblioteca. Una vez me pareció ver una lágrima recorrer su mejilla, pero no estoy seguro.
Es una pena que ya no existan lugares así en Madrid. Dicen que Flor murió una mañana de agosto. Otros aseguran que emprendió un viaje largo. Hay quien sabe dónde está. Lo demás sí que murió. Todo lo demás murió. Parece ser que hubo un incendio, tal vez una inundación... o un olvido, no lo recuerdo bien.
Hace unos años, la manzana donde estuvo El Ojo Verde cayó bajo el golpeo implacable de las piquetas.
Lo que nadie sabe es quién deja, cada 13 de febrero, una flor sobre la acera, justo frente a la que fue su entrada principal. Porque detrás sólo hay pintadas unas letras chinas en la pared. Creo que dicen: "Deja abierta la puerta, por favor".

3 comentarios:

Jorge Gómez Monroy dijo...

Muy bueno, Paco. Como todo lo que he leído en tu blog. Gracias.

Anónimo dijo...

Lástima no haber conocido el "Ojo Verde" aunque tu magnífica descripción me ha hecho pasear por allí durante un rato.
Sitios emblemáticos de Madrid había muchos, pero desgraciadamente cada día van quedando menos.
Paco dedícate a escribir un libro, con tu manera de escribir seguro que será muy interesante.
Un abrazo

Lleó dijo...

hermosa historia